Todas somos culpables de haber sido violadas.
Por eso estamos aquí. A todas nos sentenciaron de la misma manera.
Los médicos, blancos y distantes, dijeron que sí, que había rastros, con sus guantes limpios y sus caras asépticas nos diagnosticaron: provocaron un ataque sexual.
Los policías de la Procuraduría General de la Moral Social nos miraron con curiosidad, algunos con lascivia; lo importante era determinar si había sido nuestra culpa, su especialidad es detectar rasgos de provocación en nosotras, las criminales.
No entendíamos el proceso, cuando leyeron nuestros derechos tuvimos una débil esperanza pero ahora sabemos que esos derechos también son parte del castigo. Es una agonía estar aquí, esperando a que algún ciudadano tipo A se decida a presentarse para que podamos solicitar un abogado. Es el requisito: que un Ciudadano A acuda a la cárcel y manifieste su voluntad de ser aval moral de alguna de nosotras. Es el único procedimiento para que el estado nos facilite los servicios de un abogado defensor.
No ha pasado nunca.
En cada crujía la rutina es la misma. Todas las mañanas se nos permite hacer la ronda, una por una entramos a la cabina de pantalla y escribimos tuits, mensajes en Facebook y en Instagram. Pedimos, suplicamos, contamos nuestras historias, rogamos que alguien venga, pero nada. Nuestras peticiones acumulan millones de “me gusta” y millones de “no me gusta”, miles de comentarios de personas agresivas y de otras personas que dicen que nos apoyan, pero nadie se ha presentado aquí para ayudarnos.
Los jueves nos permiten asomarnos a la ventana que da a la sala de visitas por si algún Ciudadano A acudiera sin avisar, hasta ahora no ha pasado y francamente no creo que pase. Yo llevo diez años encerrada, soy de las más viejas y ya aprendí, sé que nos vamos a morir aquí, abandonadas en este infierno.
Conozco a todas las de mi pabellón y casi a todas las de los otros pabellones ¿Por qué estás aquí?
Por sonreír.
Por usar falda.
Por tener el pelo largo.
Por tener la cintura estrecha.
Por vivir en la colonia Juárez.
Por caminar sola en la calle.
Por usar lápiz labial para la entrevista de trabajo.
Por el olor de mi perfume.
Porque me tardé en denunciar.
Por decir que no fue mi culpa.
Todas somos culpables. Todas hicimos algo. Ya olvidé quién era antes de esto. Ya me acostumbré a todo. A comer frutas en descomposición, a dormir en el suelo, a llevar el pelo rapado, al cinturón de castidad sintético, a vivir con el vientre inflamado, a las infecciones vaginales, a los moretones por la sesión de golpes de los lunes, a odiar mi cuerpo.
Pero a veces se me olvida quién soy ahora. Y con eso no puedo, renuncié a la yo de antes pero cuando siento que me abandona la yo de ahora, no lo soporto.
Creo que hoy es mi cumpleaños, es el año 2035, eso lo sé bien pero del día no estoy segura. ¿Para qué sirve cumplir años?
Ayer por la tarde llegó un bloque nuevo de niñas de doce años, en su pabellón todas son culpables de parecer mayores y tener un cuerpo demasiado voluptuoso para su edad. Casi me conmuevo con sus caritas aterradas. Y no está bien. No puedo conmoverme.
Aquí adentro, si lloras o te pones emocional te mandan al Pabellón de las Locas. Nadie quiere ir ahí, el horror es inimaginable: te ignoran, te vuelves un animal, te asfixian dentro de la camisa de fuerza, te quitan el derecho a la cabina de pantallas y el derecho de hablar porque estás loca.
Y luego viene lo peor. Todos los domingos eligen a una de las locas y la llevan al zócalo, la empalan en la Plaza de la Constitución y todos pueden ver cómo se desgarra desde la vagina hasta la boca para que sirva de ejemplo a las demás mujeres y aprendan las consecuencias de convertirse en criminales de la provocación. Miles de personas acuden a presenciar el espectáculo, graban videos o toman fotografías que comparten en sus redes sociales para que se vuelvan virales. Los celadores a veces hablan de la audiencia de los domingos, hacen apuestas para ver quién se aproxima más al número de espectadores.
La mitad de la opinión pública piensa que merecemos esto que nos pasa y la otra mitad se indigna, pero nadie hace nada real por ayudarnos, solo toman fotos y videos. Estamos solas.
Una de las recién llegadas me contó que a los hombres víctimas de nuestra provocación los sacan de México, dice que los mandan de viaje para que se recuperen del trauma de haber sido provocados, que el gobierno los envía a clínicas de recuperación en París, Miami, Venecia y no sé qué otras ciudades. A otros los compensan con importantes cargos públicos para resarcirles el daño.
Esta mañana una niña del Pabellón de Menores se ahogó con un hueso de durazno, la dejaron tirada en el piso del comedor hasta que entró en paro respiratorio.
Saqué tres huesos de durazno del bote de basura por si tengo que usarlos algún día. No me gustaría morir con la cara azul como ella pero ya no importa.
Es que creo que me estoy volviendo loca porque a veces no entiendo nada. Y no quiero ir al pabellón de las locas. No quiero.
*GRACIAS POR TU AYUDA: Queridos lectores, ojalá puedan aportar 3 dólares para seguir publicando este contenido gratuito y constante. Den clic aquí: https://www.patreon.com/almadelia?fan_landing=true
Imagino a Eugenio Samsa, parapetado, pasando las hojas de su tablet, leyendo a Alma Delia, usando sus múltiples patitas, fascinado, queriendo despertar en un lugar más allá de las murallas, un paraíso simulado. Qué será más horrible para él, para ella, que callarse y dejar de escribir!
Has dejado a tus lectores sin palabras: el espanto es lo que tiene.
Aún no hemos llegado a eso, y si algún día se llegara es porque todo estaría perdido de antemano.
Un abrazo grande, y optimista.
El lector no existe…