posmodernos y jodidos

Mandato masculino

Me he preguntado muchas veces, especialmente los últimos días, ¿por qué nos odian?, ¿por qué los hombres nos odian?. Pronto me detengo, sé que no es así, que ahí hay un razonamiento errado, que tirar de esa línea sólo reduce este estado de femigenocidio al terreno de lo emocional, de lo pasional, que induce a una perversa resignación de lo sin remedio. No, no es eso, no es que los hombres odien a las mujeres, lo sé, pero pasa que el razonamiento a veces se opaca con lo que se siente al atestiguar en una semana, cuatro casos que dejan sin esperanza, al leer que en este país quemaron viva a una mujer y nadie hizo nada para impedirlo. Que Luz Raquel Padilla agonizó tres días con el noventa por ciento del cuerpo quemado, que Liliana Torres sobrevivió pero el dolor en sus quemaduras y la falta de justicia siguen lacerando, que Verónica Razo no salió libre luego de 11 años encarcelada injustamente porque no presentó comprobantes de domicilio, que han hecho la tercera autopsia al cuerpo de Debanhi Escobar. ¿Qué está pasando?

¿Por qué nos odian?, vuelvo a pensar equivocadamente, pero es lo que siento. Cómo es posible, me pregunto, que los vecinos de Luz Raquel no hayan confrontado al agresor del que fueron testigos, al que escucharon amenazarla, al que leyeron con esa pinta “Te voy a quemar viva”. Lo pienso porque no es sólo el sistema de justicia el que no funciona en este país, sino la noción de justicia individual, lo poco integrado que tenemos el entendimiento (y la capacidad de acción consecuente) de que son las víctimas quienes necesitan contención, ayuda, soporte, reparación del daño. Esa “eficacia preventiva” que señalamos por su ineficiencia, no está sólo en un marco jurídico, sino en cada uno de nosotros cuando vemos lo que está pasando y no hacemos nada. A Luz Raquel le fallamos todos, no sólo la fiscalía, no sólo las “medidas de protección” insuficientes, le fallamos todos. Y lo voy a decir con todas sus letras: especialmente los hombres que podían detener a ese otro hombre violento.

Ahora me explico —si siguen leyendo— aunque se enojen, es importante. Dice Rita Segato en La guerra contra las mujeres que la estructura de poder que existe —de hombres para hombres— necesita del espectáculo de su potencia para poder reproducirse, su estructura de poder violenta es un mandato entre los miembros de la masculinidad, cuando cometen actos violentos están dirigidos al ojo del espectador cofrade, hacia un miembro de la corporación: otro hombre, los otros hombres que reconocerán a aquél macho vencedor, atrevido, dominante, que es el rey, el amo de la manada.

Son los hombres, entre hombres (presidentes, vecinos, fiscales, ministros, gobernadores, hermanos, hijos, padres) los que tienen que romper con el mandato de validación entre ustedes que les dan esas formas de afirmación identitaria violentas, destructivas, de guerra. Lo dice exactamente con estas palabras Segato: “Un tipo de aspiración del macho alfa por pertenecer a la corporación masculina”.

No me canso de repetirlo, no deja de sorprenderme que piensen que este exterminio contra las mujeres que está ocurriendo en México es un asunto que debemos detener nosotras las feministas.

Una vez más, cito a Rita Segato: “la violencia contra las mujeres no es un problema de interés de un grupo particular de la sociedad, sino el semillero, el vivero, el caldo de cultivo de todas las otras formas de violencia y dominación”.

Señores: dejen de ser manada. Dejen de cumplir el mandato masculino que les han mandado sus pares, dejen de comportarse para recibir la aprobación de sus compañeros por ser vencedores, potentes y viriles. Renuncien al gozo erótico de comportarse como se comportan para recibir el triunfo de su competencia interna, de agradarse entre ustedes.

O, por lo menos, lean a Rita Segato, sería un gran comienzo.

Y hablen, pregúntense por qué no hicieron nada cuando supieron que su amigo director de cine acosaba a las actrices, cuando su jefe del corporativo forzaba a sus empleadas a mantener relaciones sexuales, cuando el director editorial le pedía a las escritoras que tuvieran sexo con él, cuando el vecino violentaba a su mujer en el departamento de arriba. ¿No están dispuestos a romper con el mandato? ¿tanto miedo les da dejar de agradarse entre ustedes?

***

Texto originalmente publicado en el periódico Reforma en julio 2022.

¿Te gustó el artículo?

Alma Delia sostiene este portal de forma independiente, ayúdala a conservar el espacio mediante nuestro sistema de patrocinios (patreon). Haz clic aquí para ver cómo funciona. ¡Muchas gracias!

Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*