posmodernos y jodidos

Esa mujer que no existe

Hay una angustia seca, a veces palpitante, que se instala en el cuerpo la primera vez que notas que los hombres te miran diferente. Has sido desplazada. A partir de ese momento te convertirás en eterna migrante de la propia piel: eres mujer, tu cuerpo no te pertenece. Siempre habrá un juez, un médico, un ojo que todo lo mira y lo tasa, un no le hagas a ella lo que no quieres que le hagan a tu hermana, un respétala pues tú naciste de una mujer como el Mesías nació del vientre de María, un Papa que en el nombre de Dios. Y más, de todo, grandilocuente o nimio, pero nunca tú. Tú no.

Esa mujer que no existe sino como un diseño fuera de su eje identitario y sobre la que orbitan las construcciones de las que tanto habló Simone de Beauvoir, volvió a ser reivindicada por el Papa Francisco en su primera misa del año. “Herir a una mujer es ultrajar a Dios”, dijo. Y luego siguió con aquello de que la iglesia es madre, etcétera. Qué tristeza, qué hartazgo. ¿No alcanza el valor más absoluto la vida de una mujer solo —¡solo!— porque es un ser humano?

Cuando decimos que el feminismo es humanismo pero no al revés, nos referimos a esto. Hace mucho que el humanismo se desentendió de nosotras, que nos dejó en el camino sin derechos educativos, patrimoniales, electorales, reproductivos, de salud. Luego hemos tenido que conquistar y reconquistar cada uno de esos derechos que en este ultramoderno 2022, no están garantizados para todas. Ya sé que el pontífice es un líder religioso y que su discurso calza con sus intereses, pero él ha defendido al humanismo como camino para la evolución de la sociedad.

Lo cierto es que muy humanista no resultó su dicho porque, una vez más, refuerza el arquetípico mensaje: las mujeres con atributos de bondad y maternidad, que mantienen unida a la familia porque Dios está en ellas, no merecen ser ultrajadas: ¿y las otras mujeres sí?

Durante tantos años nos hemos contado casi como a un simpático personaje a Jack the Ripper justamente porque esa religiosa sociedad victoriana reforzó la historia de que las víctimas eran prostitutas, alcohólicas, malas y sucias. Era difícil asociarlas con la madre de Dios, por lo tanto se lo merecían. El peligroso tándem de moral histérica con crueldad religiosa.

Y no es gratuito que sepamos todo de Jack —aun cuando permanece anónimo celebramos el “arte” del asesino— pero en cambio sabemos muy poco de las que fueron sus víctimas.

Hay un par de libros que sugiero para acercarse a ellas, The five, de Hallie Rubenhold; o Jack: caso abierto, de Yvan Figueiras y Tamara Mingorance.

Estos son sus nombres: Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elisabeth Gustafsdotter, Catherine Eddowes, Mary Jean Kelly.

Una venía de una familia de impresores, otra componía sonetos, una más cantaba, otra salió de su país buscando mejor suerte, todas tuvieron la valentía de sostenerse a sí mismas cuando cayó sobre ellas la pobreza, el suicidio de un padre, el abandono de la pareja, la muerte de sus hijos. Las cinco tenían una vida y un nombre. Apréndanselos.

Mary Jean Kelly, la última y la más joven de las víctimas, fue tratada con una crueldad bestial, eviscerada casi por completo, las partes del que fuera su cuerpo distribuidas por la habitación, la cara destrozada, el corazón extirpado del tórax. Ultrajar a Dios.

Por eso no ayuda que el Papa haya dicho “basta” si el llamado viene condicionado a la moral religiosa. No sirve de nada si hay un sistema cimentado en el pacto permisivo para los feminicidas. Con un 95% de impunidad en el caso de México, con más de tres mil mujeres asesinadas el año pasado, ¿de qué estamos hablando? ¿Ultrajar a Dios?

En Argentina, tierra del pontífice, el año 2016 violaron, empalaron y torturaron hasta la muerte a Lucía Pérez de 16 años. En 2018 y también en Argentina, a Brenda Micaela Gordillo, de 24 años, el que era su pareja la asesinó y cocinó los restos del cuerpo de Brenda para no ser descubierto.

Al otro día de la primera misa del Papa, apenas el segundo día del año, en México se habían registrado dos feminicidios en Veracruz y uno en Querétaro. Brutales, a tiros, a machetazos, perpetrados frente a los hijos de esas mujeres que ya no están. ¿Había que pensar que asesinarlas era ultrajar a Dios para evitarlo? ¿No era suficiente con mirarlas como seres humanos? ¿Por qué será tan difícil humanizarnos?

Pero Dios. Ultrajar a Dios.

*Texto originalmente publicado en el periódico Reforma el día 7 de enero de 2022.

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

One Comment

  1. Recientemente tuve la fortuna de toparme con tu libro «La cabeza de mi padre», apenas leí las primeras páginas me quedé fascinada con tu manera de escribir. Es un orgullo tener en México escritoras como tú.

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