Leo la noticia sobre el asesinato de Diana Raygoza en Nayarit. Tenía 21 años y 39 puñaladas en el cuerpo, estaba en su casa cuando la asesinaron. Miro su imagen, el pelo largo, los ojos brillantes y negros como dos escarabajos, la juventud hiriente.
Tengo ganas de llorar. No me avergüenzo, no me disculpo por ponerme emocional. Hace ya tiempo que decidí no negarme el privilegio de experimentar la existencia completa: con la razón y con las emociones.
Ah, nosotras las mujeres, las emocionales. Las locas, las desbordadas, las románticas, las inexpertas. Las profesionales de segunda que no damos el ancho para ser invitadas a las mesas de expertos ni a los puestos directivos, ni a los talleres literarios.
Nosotras, las mentirosas que llamamos al número de emergencia y el 90% de las veces nuestra denuncia es falsa. Convendría agregar que en el 100% de los casos nuestra denuncia es cuestionable, porque aunque sólo a veces somos sospechosas, siempre somos culpables. Culpables del cuerpo. Culpables de la maternidad. Culpables de la no maternidad. Culpables de decir sí y de decir no. Culpables del silencio.
Nosotras. Las dulces cuidadoras, las santas madrecitas, las divinas. Nosotras, que hemos tenido que dar batallas generacionales, sacrificar vidas para ganarnos el derecho a lo legal. Las mujeres no somos legítimas dueñas de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo está sometido al voto, a la opinión, al juicio religioso, al diagnóstico pericial. Nosotras. Territorio de todos, prioridad de nadie. Hoy Guanajuato ha decidido que el aborto no es legal.
Nosotras, las ciudadanas de segunda que tuvimos derecho al voto en este país el año de 1953. Mi madre nació en un México en el que no tenía derecho a votar.
Antonieta Rivas Mercado se entusiasmó con José Vasconcelos por la promesa del voto femenino. En un deslumbrante ensayo que tituló “La mujer mexicana”, Antonieta asegura que la mujer mexicana no existe, señala que las legislaciones sean puramente masculinas y cuestiona esa expectativa de que las mujeres seamos “buenas, muy buenas”. Es un ensayo demoledor. Pueden encontrarlo en Antonieta Rivas Mercado, Obras de Tayde Acosta.
En esa misma colección de Tayde Acosta, se publica el epistolario de Antonieta. He leído no sé cuántas veces las cartas que intercambió con Alfonso Reyes. La agudeza de Antonieta era apabullante. Aún así, cuando Alfonso decide hacer desde Francia un envío de dos textos suyos a un grupo de amigos mexicanos, omite a Antonieta. No es sino hasta que Antonieta le reclama, que Alfonso le hace llegar los títulos también a ella.
Y ella, que le escribió más de un discurso a Vasconcelos, que financió a Carlos Chávez para fundar la Orquesta Sinfónica de México; ella, que dio alma y guía intelectual a los Ulises, que discutió con García Lorca el momento político del mundo; ella, se alegra en una de las últimas cartas enviadas a Alfonso Reyes de no haber publicado unos textos suyos porque “¡Qué cosas tan malas hacemos las mujeres!”. Leo eso y se me rompe el corazón.
Es agotador. Explicar una y otra vez que las muertes son verdaderas y que no pueden menospreciarse bajo la descalificación de las llamadas falsas.
Es devastador ver campañas que invitan a contar hasta diez a una mujer que está en riesgo de perder la vida.
Dan ganas de rendirse cuando leemos en redes los miles de insultos por publicar una reflexión que cuestiona el statu quo de un sistema machista y de violencia milenaria hacia las mujeres. Dan ganas de guardar silencio cuando la cacería de brujas es en contra de nosotras por emocionales, por putas, por ególatras, por mentirosas, por salir de la categoría que nos exige ser buenas, muy buenas.
Pero no nos rendimos porque también somos nosotras las que hacemos tribu. Las que nombramos a las mujeres desaparecidas. Las hermanas y amigas que nos cuidamos y nos protegemos. Las desconocidas que atendemos una llamada de emergencia y somos red de apoyo porque sabemos lo que es estar a punto de que te violen, de que te maten.
Todavía hoy somos consideradas ciudadanas de segunda. Pero hay una trinchera: nuestro voto es de primera, somos la mitad del padrón electoral y no los vamos a perdonar ni a darles tregua.
No les vamos a dar una segunda oportunidad.
Somos nosotras. Porque si no somos nosotras, quién.
(Texto originalmente publicado en el periódico Reforma)
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