Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de tener razón… estoy parafraseando al preclaro Julio Cortázar con sus instrucciones para llorar, pero como para tener razón no ha dejado un instructivo, he tenido que recurrir a El arte de tener razón del no menos brillante Arthur Schopenhauer… y a Twitter.
Pues bien, lo primero será despertar cada mañana o durante la madrugada o a según le traigan a usted los vaivenes de los insomnios y las ansiedades, y consultar los trending topic de Twitter. Conviene hacerlo allende las fronteras, es decir, no sólo revisar las tendencias de México sino de un par de países adicionales, sin duda los países colindantes, alguno que otro de Europa, y —desde luego— mirar en qué anda el gigante asiático porque cómo va a estar una tranquila sin saber qué hace el gigante. Ah, y Rusia, no se puede vivir sin saber en qué andan los rusos. Se sabe.
Así, en la inmediatez tuitera de la que somos presa, usted constatará que, como decía Shopenhauer, para tener razón se puede recurrir a un montón de estratagemas perversas donde la verdad importa una mierda porque lo único que queremos, a toda costa, es tener razón. Cito al filósofo: Si fuéramos por naturaleza honrados, en todo debate no tendríamos otra finalidad que la de poner de manifiesto la verdad.
Pero Arthur sabía bien que nuestra condición humana es jodida y plantea una serie de estratagemas que son joyas reveladoras, más que del ejercicio de pensar, de nuestra capacidad para negar la verdad y salirnos con la nuestra a cualquier precio. Su última propuesta para tener razón consiste, de plano, en ser groseros y ofensivos cuando detectemos que el adversario es superior en argumentos. Tal vez su ensayo era un vaticinio sobre nosotros los dosmileros.
Así, por ejemplo, en la balanza del corruptómetro y ante la discusión de si tu corrupto es más corrupto que el mío, si más condenable es el combo Lozoya-Peña-Videgaray vs Bartlett-Bejarano-Padierna… lo que hay que hacer es gritar fuerte y sumar números y aliados. Si un argumento aduce que el señor A estaba contando billetes, habrá que responder que sí pero el señor B contaba más billetes; y si el atacante alega que el señor A los recibió a la luz del día y el señor B los recibió en el sospechoso umbral de la noche, se deberá responder que el señor B corrompió al partido morado y el señor A al partido rosa y también al partido gris… y así sucesivamente.
¿Quién tendrá la razón? Pues el que vocifere más alto, el que insulte más, el que tenga más likes, el que difunda más pruebas contra el otro.
Justo será reconocer que la razón no llegará sin partidarios de un lado y del otro; es necesario convocar aliados digitales que tomen un lugar en la contienda, a esos miles de partidarios no hay que pedirles que defiendan la verdad, sino que se empeñen en tener razón. Y que empiece la batalla.
Para lograr con éxito esta imposición furiosa, esta compulsión por tener razón, es preciso recurrir a la miopía personal; nada de mirar más allá de los propios límites, de la propia ideología.
He ahí otro componente fundamental: se ha de reemplazar inteligencia por ideología pues la inteligencia duda y la ideología se mantiene férrea. Dudar no es provechoso para este propósito. Aléjese de la duda como de la peste y permanezca convencido de que usted tiene razón.
Por último, pero no menos importante, se deberá reemplazar humanidad por compasión selectiva. Así, cuando observe que el bando enemigo señala el acoso que se hace a un niño inocente, usted podrá blandir la muerte de los niños con cáncer; pero hágalo convencido de que no es miserable agredir a los niños bajo cualquier circunstancia sino sólo cuando usted necesita utilizar ese hecho como argumento. Lo importante, ya le digo, será tener razón. Aunque eso le enferme.
Schopenhauer desarrolla 38 estratagemas para tener razón: desde aturdir al adversario mediante palabrería sin sentido hasta agredirlo violentamente. Pero advierte en el prólogo que le repugnó iluminar la trampa para descubrir que bajo la obsesión de tener razón se esconde la insuficiencia, la incapacidad y la mala fe.
Así que tenga usted razón, bajo su propio riesgo.
*Texto originalmente publicado en el periódico Reforma
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