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Muriendo de amor, por David Brennan

—Adrián, otro shot de whisky y otro negroni, por favor —le dije al bartender de La Coyoacana, totalmente consciente de que en estos lugares estos tragos no son usuales, pero un joto tampoco.

—A la orden, señor —me contestó con una mirada que no ocultaba su preocupación.

—Ya te dije que no me digas señor, llámame Benny.

—Ok, pero si nos vamos a poner personales, tendrás que decirme por qué traes 9 tragos encima, una mirada perdida y un sobre sin abrir —dijo mientras me ofrecía el shot de whiskey y empezaba a servir la ginebra. Me lo eché, pero seguía sintiendo.

—Hombres… ¡hombres! Los mismos que vienen a estos lugares, la diferencia es que son adictos a la verga, no al tequila. Se llama Manuel y es activo, pero pasivo de clóset.

—Activo es… —comenzó a adivinar mientras servía el vermouth rosso, el toque dulce.

—Que le gusta dar. Llevamos cogiendo ¿o saliendo? unos meses, el mejor sexo de mi vida.

—¿Y qué te hizo? —dijo agregando Campari, el toque agridulce, a la mezcla.

—Enamorarme el corazón y chingarme la vida. Después de conocerlo nos hicimos la prueba para empezar a coger sin condón, pues la tiene muy grande y el látex lo vuelve más complicado. Nunca vi la hoja de sus resultados, pero me aseguró su negatividad, sólo que--

—Disculpe joven, debido al covid no puede estar en la barra —dijo el gerente, asomándose por atrás de mi hombro. Antes de que pudiera hablarle de una pandemia aún más mortal, se me llenaron de lágrimas los ojos y Adrián le dijo:

—Yo me encargo, capi, dame chance —mientras agarraba con pinzas una corteza de naranja. El capi me echó una última mirada juzgona de arriba a abajo y se fue.

—Gracias, tú. Lo que pasa es que ayer por la mañana al despertar agarré su celular pensando que era el mío (te lo juro, no soy de esos) y vi una alerta que decía tomar Lopinavir y ese solo te lo dan cuando tienes VIH y no cuando lo quieres prevenir con PrEP y entonces fui a hacerme la prueba y hoy me dieron los resultados, pero no tengo los huevos para abrir el sobre ni el alcohol necesario para dejar de sentir todas estas emociones.

¿Me habrá contagiado y luego enamorado para que me quede con él? —mis lágrimas brotaban seguramente con millones de copias del virus en cada gota. Adrián se quitó el cubrebocas, puso su mano sobre la mía y me extendió el negroni. Me miró a los ojos y me dijo:

—Benny, soy de las personas que se quedan despiertas hasta que las memorias dejan de asentarse, hasta que las ganas de dormir superan a las de recordar. La vida es de los que sentimos más, los que no nos apagamos hasta que la nota más aguda de nuestra canción interna se acabe, aunque a veces esto que sentimos no sea positivo. Hoy en día tener VIH no es una sentencia de muerte, lo sé por un amigo que se contagió por otro tipo de adicciones. Ven, abramos juntos el sobre.

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

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