
Me puse a limpiar el cajón de los tiliches porque soy una procrastinadora profesional.
Comprimo el tiempo que debo destinar para ponerme a hacer lo que tengo que hacer hasta encañonarme bajo la amenaza del contrarreloj, así soy. Primero doy vueltas alrededor de mis dudas, sobre todo cuando las dudas son vitales.
Entonces salgo a correr, hago llamadas, contesto correos importantes o insulsos; navego como la más idiota de las idiotas en las redes sociales. Voy a la cocina una y otra vez para servirme un café o para abrir la puerta del refrigerador aunque no coma nada.
Mis dudas no hacen más que germinar hasta que les brotan florecitas feas y silvestres con cara de signo de interrogación. Y con espinas en el tallo porque necesitan tener alguna posibilidad de defensa en su hábitat agreste, que soy yo.
Y es que son dudas importantes, no es cualquier cosa renunciar a las certezas, al camino conocido, salirse del estándar; empeñarse en dominar a la culpa hasta que aprenda a saludar, a respetar mi plato de comida, a quedarse callada cuando sus ladridos son sólo por berrinche, hasta que aprenda quién manda aquí.
Luego de hacer todo eso, incluyendo lo de arreglar los estantes, por fin me dispongo a escribir.
Pero algo me distrae, en el cajón mágico –que ya no de los tiliches- un cuaderno forrado con papel lustre color violeta me guiña el ojo.
Uf. Qué viaje.
Es un cuaderno del año 1993, cuando salí de la secundaria.
Un cuaderno de hace más de veinte años.
Lo abro, me encuentro con las notas que escribieron mis compañeros de generación el último día del ciclo escolar.
Cómo golpea el tiempo cuando se presenta así, es como una ráfaga de viento pero no fresco sino caliente, quemante, de un viento casi sólido que nos empuja a voluntad.
Uno a uno de los textos se van deshojando frente a mí.
Uno a uno me proyectan como en tercera dimensión los rostros de mis compañeros de clase; sus caritas de cachorros, de adolescentes asombrados, de seres humanos inacabados, atenazados por el miedo al futuro.
Éramos alrededor de veinticinco alumnos por grupo en aquel entonces.
Veinticinco incertidumbres. Veinticinco futuros desconocidos, veinticinco ambiciones discretas o grandilocuentes, veinticinco signos de interrogación como mis florecitas rústicas.
Y todos los escritos, antes o después, con errores ortográficos o sin ellos, apuntan hacia la misma petición: nunca cambies.
Lo siento. Sí cambié, y mucho. Sí he cambiado y seguiré haciéndolo.
Intenté más de una carrera universitaria. Hoy no ejerzo ninguna. Intenté ser actriz, lo dejé.
Intenté el crecimiento ejecutivo en el mundo empresarial.
Intenté un casi matrimonio.
Intenté la yoga, montones de dietas, intenté convertirme en bailarina de flamenco, intenté vivir en el norte y el sur, intenté fumar y dejar de fumar. Intenté vivir en la selva. Intenté ser mejor persona y me rendí ante el despropósito.
Intenté el amor, lo sigo intentando.
No intenté ser madre, no todavía.
Intento escribir, lo seguiré intentando.
Me creció el pelo y me lo corté, ad náuseam. Lo pinté de azul y de rojo. Me puse extensiones, me las quité. Me salieron seis canas que parecen de plástico y se ven feas, tiesas, indomables. No intentaré teñirlas.
Y con cada uno de esos cambios vinieron las pérdidas. Pero también las ganancias.
He perdido amigos, parejas, coordenadas de identidad en las que ya no me definía, he perdido dinero y peso, también lo he ganado. He perdido la calma, la he recuperado. Han llegado nuevos amigos, nuevos amores, nuevos mapas para trazar la identidad.
Aquel ‘nunca cambies’ que yo también escribí en los cuadernos de ellos entrañaba el terror que nos dictaba un mandamiento espeluznante: no te transformes, no crezcas. Congélate.
Y a pesar de tanto camino andado y desandado todavía soy una adolescente de secundaria, aún hoy pretendo que durante los cambios de ciclo aquellos a los que amo se muevan junto conmigo y se mantengan no sólo cerquita de mí sino contenidos en el mismo encuadre de pertenencia por identificación. Pues no, ni cómo.
Es que duele desprenderse del muégano, duele por la soledad inmediata que se hace presente. Aterra porque un cuadrito de harina inflada recubierto de caramelo es mucho menos seductor que el muégano completo.
Cuando los demás se casan y tú no, cuando los demás tienen hijos y tú no, cuando los demás permanecen con su pareja de quince años y tú no, cuando los demás se interesan en cosas en las que tú no, la brecha se presenta y crece inevitablemente.
Esa expresión que a veces emitimos, no sin cierto resentimiento sutil, dice infinitamente más de lo que dice. “X ha cambiado mucho”.
Probablemente cuando señalamos al que ha cambiado, apuntamos hacia nuestra quietud, señalamos nuestra resistencia a desbaratar el molde de un yo anquilosado que se ha ido quedando chato y rígido.
Guardo el cuaderno violeta y siento una enorme nostalgia pero al mismo tiempo una profunda gratitud. Cuánto he cambiado, cuánto seguiré cambiando.
Ahora sí, me pongo a escribir.
Alma.
Como golpea el tiempo! Cuántos recuerdos llegaron, mientras te leía, gracias por la magia de tus letras.
Eres adictiva, Alma.
Te discuto mientras te leo, como a un amigo en vivo, y luego termino con un trago de mezcal y un «así es…»
Gracias
Es extraño leerme tanto en tus letras; reconfortante saber que alguien puede estar caminando los mismos capítulos del libro que yo transitó ahora. Gracias por el valor de ponerle molde a mis pensamientos, a aquello que a veces no tengo el valor de decir, pensar y mucho menos escribir. @CLAUDIAIVETT
Melancolía y genialidad, gracias por describir algunos momentos por los que todos pasamos… yo quiero cambiar…
Gracias por compartir este viaje tuyo de hallazgos y por dejarnos mirar un poco del proceso, en el que seguramente somos muchos los que nos sentimos identificados.
Fascinante tu escrito, me transportó, a ratos con ese cuaderno sentí que era yo. Algunos cambios inminentes que tú crees que eliges, pero llevan su propia inercia. Gracias por esto ❤️
Muy buena reflexión, gracias por hacerme saber que no es malo cambiar 😘
Ah , ese nunca cambies que expresamos, es el deseo de permanecer en un instante de plena felicidad
Yo también conservo esa nostalgia de secundaria en un cuaderno azul.Tus palabras llenaron ese espacio noble de mi vivir tiempo atrás. Eres adictiva!!!😘
El proximo 17 de este mes veré a 5 de mis ex compañeros de la secundaria diurna 114 me hiciste el dia Alma!
Cambia mucho!
Jose Luis
Muy bonito texto. También tuve de esos cuadernos, con sus “nunca cambies”. También cambié y mucho. Me celebro el cambio.
Te escuché en audio libro “El niño que fuimos”. Me gustó escucharte. Personajes entrañables. Gracias!
Y seguiremos cambiando, cuanta nostalgia.
Un placer leerte siempre Alma
Buen día Alma! Es muy grato leerte. En mi caso, creo que el deseo de no cambiar radica en la esencia. La vida nos lleva a distintos escenarios y algunos hasta perdemos el piso, otros siguen el camino del corazón (como aconseja Don Juan).
Al sentir lo que escribes pienso que eres de las afortunadas que transitas por donde indica esa enseñanza.
Felicidades!
Alma en tránsito Delia:
Se ha puesto muy de moda en estos tiempos eso de la sexualidad y el género fluidos; no sé a ciencia cierta en que consiste, pero me parece que sería solo un caso particular de todo lo que en nosotros fluye.
Si un día decides cambiar de aires, del lado del charco por el que caminas; podrías invitarme, aunque sea por un rato, podríamos compartir el camino a quien seremos.
Un haiku de Basho, traducido por Octavio Paz ( que inspiró un libro de Cortázar, al menos el título, acaso una idea en movimiento)
Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo
Ups. Almísima tengo 57 años y pareciera q parte de lo que escribes especialmente en la primera mitad es mi historia…eso de papalotear y hacer mil cosas antes de lo q verdaderamente necesitas y debes hacer…lo tengo claro en la escuela…me creía la corredora calentando músculos…me reconforta saber que una mente brillante como tu te reflejas «padece» de mi mismo mal o al revés volteado. Recordé la canción de Serrat…» las pequeñas cosas», q a propósito antier, en mi rancho la sinfónica de mi estado hizo un homenaje a este «cantaautor»…
Lo de tu cuaderno me recordó que cuando mi madre murió…yo con mi primer hijito amado y camino recorrido con ellos…una mañana me dediqué a ver fotografías familiares … literal…perdí la noción del tiempo NETA pasaron cerca de seis horas … mi esposo regresó del trabajo y me encontró en el mismo lugar donde me dejó al salir…y por un momento al voltear a verlo … no sabía que estaba pasando … me entregué a esa vivencia peligrosamente…juré no volverlo a hacer…
Almísima alguna vez has venido a Hermosillo a la feria del libro❓…
SALUDOS…💛✌👌
Algo bueno hay en ese manejo del tiempo, que produce esto que escribes tan maravilloso.
Me encantó!!! Me identifiqué mucho… en la primera parte, es cómo leer lo que yo.misma soy… hacer todo y nada a la vez; pero siempre al final con algo bien identificado que termino haciendo. Y en la otra mitad pued igual… yo tengo 42, casi 43… y me hiciste recordar ese tiempo de la secundaria, que igual yo guardo un montón de cartas que me daban mis amigas y casi en todas se logra leer «nunca cambies»… pero los cambios se hacen presentes, y son muy necesarios… yo también he cambiado mucho y seguiré cambiando. Muchas gracias por estas líneas. Bonito sábado, bonita vida para tí.
Genial con todo lo que escribes y sientes! Cuento loas horas para ir a ver a los 5 fantásticos mañana 13 de octubre al Zócalo.
Gracias por compartir tu sentir, eres grandiosa.
Me acabo de ver reflejada en tu texto. Hace poco más de dos meses me mudé y entre la empacada y la desempacada salió mi cuaderno de autógrafos de 3o de secundaria (salí en 1978). Obviamente no pude evitar abrirlo, leer uno por uno, tomar fotos de algunos y compartirlas en el grupo de WhatsApp que tenemos (fuimos 62 en el salón y en el WhatsApp estamos 45… ya fallecieron cinco). Y sí, abundan los “nunca cambies”. ¿Por qué será que a los 15 no queríamos cambiar? Saludos. Me encanta leerte 😊😊
Si cambia uno, aunque no quiera y seguiremos cambiando, todos los días, todas las semanas, todos los meses… Todos los años..
Un gusto leerte.
Cuando era más chica yo decía que nunca iba a cambiar y cambiar fue lo mejor que me pasó en la vida
Y ahora que soy adulta, le diría a mi yo de secundaria: cambia, cambia y florece
Sensacional tu texto. Me identifico con el.Saludos
Genial, cambia, todo, cambia Alma Delia.
Leticia
Muy cierto. Quizá por eso me identifico contigo, la mayoría de tus textos son muy “yo”.
Soy la que cambió, la que siempre lo hace. Soy diametralmente diferente al grupo, soy la rara. La que no cumple con las convecciones que se imponen. Y eso da miedo. Creo.
Agradecida a la vida que me permitió cambiar, y contenta porque esos cambios no me transformó en otra persona.
Gracias por tu texto, querida Alma.
Intenta dejar el mezcal, veras que nunca cambiaras.
En cambio
se rifan
el valor, la voluntad, el riesgo…
Ser conservador lleva a frases
tan nefastas como
más vale malo conocido …!
y condenas tipo nunca cambies
ANTES… no te comportabas así,
SIEMPRE con nostalgia
NUNCA como cumplido
Explicación mas que evidente
de la actual resistencia social
a perder los malos hábitos
a colgarlos.
Ries gozo a brazo Alma
Que pinche bonito!!!
¡Me encantó este artículo! Los cambios no solo te forman, pero también hacen la vida mucho más interesante. Antes luchaba los cambios. Ahora, los amo.