Escribo porque el otoño, porque la ventana, porque siento la vida como un árbol que me rompe el pecho y las costillas para liberar sus ramas. Porque, ay, señora, no salgo del pasmo mirando el rostro de la mujer que me mira desde la nueva credencial de oficialísima identidad y me dice que soy yo.
Que sí, que soy yo y que puedo votar por el imbécil de turno que vendrá en las próximas elecciones, vaya consuelo para el desconsuelo que es recibir la conciencia de la edad a golpe de dolor lumbar y recibo de la luz, del gas, del recordatorio de llevar el automóvil a su “cita especial de mantenimiento”... cita que quisiera para mí y mi desconcierto. Alinearme el alma con el cuerpo que andan medio desfasados, balancearme los hemisferios que siempre han estado mal calibrados, aceitarme los tobillos, el botón de decir no, la bisagra de la puerta del pasado.
Escribo porque estoy sola, porque pronto estaré acompañada. Escribo para la mujer de la fotografía en la legítima credencial, escribo para el mensaje que dejó mi madre esta mañana: “a estas horas estabas bien acurrucada y tibia dentro de mí, todavía…” ¿Cómo puede ser la misma persona esa del recuadro de plástico que esta que no sale del pasmo y que aquella que se mecía en el embriagador almíbar amniótico? Más sorprendente: ¿cómo podemos compartir todas el mismo nombre?
Alma. Alma Delia. De los extraños apellidos mejor ni hablamos. Qué misterio es llevar un mismo nombre toda la vida, que no se rompa, que no caduque, que no se corrompa como fruta expuesta al sol por más de cuarenta años. Un nombre dura más que la válvula tricúspide del corazón y eso que por lo general salen muy buenas. Un nombre dura más que los riñones y que el hígado al que hoy pienso seriamente emborrachar. Salud, José Alfredo.
“Una vez estuviste toda una tarde piando con un pájaro que se había caído del nido para ver si la madre venía por él a recogerlo de tu mano… ¿te acuerdas?... tuve que engañarte porque el pájaro ya no estaba respirando”
Escribo como un mantra. Escribo porque el silencio, porque no queda más remedio que atravesar otro cumpleaños. Me detengo. Sirvo el primer mezcal, brindo con esta ciudad que brama, que es hembra insolente, desesperada. Por ti, gran señora a la que sí le cambiaron el nombre sin siquiera preguntarle. Esta ciudad que aúlla y tiene los ojos hundidos de haberlo visto todo y devorado tanto.
El mezcal. La lengua se duerme y sueña palabras que despierta no sabe.
Sopa. Camisa. Derrumbe. Estuario.
Renace.
Pero la conciencia se parece a la fiebre y tampoco lo sabe.
La mujer de la credencial me escudriña, ¿y tú querías ser la que mira?
Sólo hay un camino para transitar la vida, el de mirar y no saber.
Congestión. Penélope. Odiseo. Calcio.
Retirada.
¿Querías ser la que mira?
“A estas horas estabas tibia dentro de mí, todavía”.
Escribo porque el otoño, porque la ventana, fue el estribillo que sonó en mí durante años pero hoy está desafinado. Debe ser que la criatura tibia, la mujer oficial y yo estamos buscando un nombre nuevo. Cómo encontrarlo.
Habrá que mirar el misterio y aprender a leer en las entrañas del pájaro.
*
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Al leerte recordé el clímax de la Historia interminable, cuando la emperatriz infantil, para conjurar el advenimiento de la nada, le pide un nombre nuevo a Bastian; quién no podía creer en esa petición que le venía desde adentro de un libro, abandonar la tradicional pasividad del lector.
También recordé a Neruda, a quien hace poco abordaste, no el mejor ser humano, pero a veces encontró las palabras:
«Hoy que es el cumpleaños de mi hermana, no tengo nada que darle, nada.
No tengo nada, hermana.
Todo lo que poseo siempre lo llevo lejos.
A veces hasta mi alma me parece lejana»
Mi Alma, nada tengo que regalarte lejana cuyas columnas nos conminan a abandonar la pasividad, pero por lo mientras te comparto esta tocaya pocha tuya
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Bastian le da por nombre «niña de la luna» salvando así el mundo de Fantasía, Alma Delia, a ti también te llego la hora de abandonar la tibieza del vientre para convertirte en una niña de la luna, quiero decir de su ombligo, quisieron decir los antiguos que cutivaron las ciudad a chinampazo limpio. Menos tu vientre canta Serrat y en saliendo mira adónde hemos llegado Alma Delia ¿tomaremos un mezcal alguna vez? ¿Cuándo, dónde y de cuál? Hay un tal Bruxo ¿qué tal Bruxa?
Te dejo con un descante del son jarocho de la morena que un día, por alguna razón (no aparente) se me ocurrió:
A la sombra de un huizache
nos afloró el sentimiento
dimos paso sin huarache
y dejamos en el viento
aires de un encantamiento
de piel morena azabache.
Delia Soul… qué bonita pieza, gracias, querido Atl. Un abrazo grande para ti.
Qué encuentres ese nombre nuevo en las entrañas, en la sombra, en los claroscuros de Alma.
¡Salud y Felicidad!
Así sea, un abrazo grande, querido Raúl.
En tus soledades y las nuestras, recibe mi apapacho cálido, pasado por agua… y que este año se cumplan tus propósitos.. felicidades mil….y Salud..Salud..Salud…
Gracias, Jos querido, un abrazo. Y ¡salud!
Chapó
Gracias, Pepe querido, un abrazo fuerte.
Sería una tragedia que no atravesaras otro año. Mas si cada cumple nos regalas una columna como esta, mi deseo es que atravieses muchos, aunque cada vez te pasmes más ante tu foto.
Disfruta el año que acaban de regalarte, querida Alma.
Mi querida, me acabas de hacer el mejor regalo: presagiarme el pasmo. Te mando un abrazo grande, gracias siempre, siempre, siempre por tu compañía lectora todos estos años.
Salud! Y que atravieses muchos más. Siempre es un gusto enorme leerte.