posmodernos y jodidos

Ansiedad digital y domesticación del pensamiento

Llevo semanas durmiendo mal, despierto en mitad de la madrugada con una ansiedad que puedo palpar en el sudor de mi nuca, en la boca seca.

Me levanto y tengo que controlarme para no ir directo al teléfono a desbloquear la pantalla. Adicción y condicionamiento perfectamente ilustrados. Buscar el teléfono es mi primer impulso, mi primera respuesta; aún sabiendo que eso sólo empeorará todo, que revisar el teléfono está contraindicado si quieres recuperar el sueño y descansar.

A veces logro contenerme, otras lo hago sin pensar. Y a esa hora de la madrugada veo que más gente está en sus redes quejándose del maldito insomino; entonces caigo en cuenta de la inmensa torpeza de la que hacemos gala y nuestra imagen se parece a un grupo de borrachos mala copa en el bar, neceando con consumir algo más cuando el cuerpo nos pide que paremos.

El fenómeno que llamo ansiedad digital nos tiene bien agarrados del espíritu. Porque no sólo nos altera la noche con esos insomnios agotadores sino que, a lo largo del día, todas las actividades y responsabilidades las mezclamos con consultar compulsivamente el teléfono, navegar por las redes sociales, agobiarnos, procrastinar, sentir que el mundo se desmorona, que si no opinamos podría extinguirse la humanidad porque no apareció nuestra opinión inmediata respecto de cualquier suceso. Y eso sólo puede detonar estados ansiosos.

He llegado a pensar que le hemos hecho tal daño a nuestras capacidades cognitivas, que el nuevo cociente intelectual será medido únicamente por la capacidad de concentración; quien pueda concentrarse más de 50 minutos en una sola actividad, la que sea, sin consultar compulsivamente el teléfono, será un genio.

Qué tonta soy, me digo. Me estoy haciendo daño con este consumo digital desmedido, insisto.

Pero no puedo parar.

Y creo que parte de la compulsión viene de un autoengaño, una fantasía que nos hace creer que en las redes encontraremos diversidad para comprender el mundo pero nada más falso: la polarización hace exactamente lo contrario, que es estrechar nuestro punto de vista; y eso sin contar con que hay algoritmos de contenido que repiten en eco nuestros propios pensamientos, ideas, preferencias.

Dice Robert Musil en su ensayo sobre la estupidez: “Cuanto más se multiplican los puntos de vista, más inteligente se vuelve una persona; cuanto más se reduce su número y, por ende, se estrecha su círculo visual, más estupida se vuelve. Por eso la estupidez no tiene que ver con la falta de conocimientos, sino con la estrechez de puntos de vista”

Demoledor. Esa descripción de estupidez nos pinta enteros en pleno 2021.

Quizá no seamos capaces de extraernos la piedra de la locura como en el cuadro del Bosco y tirar el teléfono al fondo del río (hablo metafóricamente, no se alarmen por la brutalidad ecológica). Pero no podemos rendirnos con tan poca dignidad ante la domesticación digital. Al menos podríamos intentar no ser consumidores de todo lo que ofrece la red en su bufete de contenido chatarra y ser usuarios para propósitos específicos; o mejor aún, ser espectadores que toman distancia.

No sé si tiene sentido lo que escribo pero se puede hacer el intento de limitar el número de horas en redes, de elegir con cuidado el contenido, de no ceder al impulso de responder a la violencia de otros que —en estricto sentido— ni siquiera son personas, sino cuentas en la red. Incluso valdría cuestionarnos la fantasía de “vínculo” que nos impulsa a publicar fechas de cumpleaños, duelos o logros porque nos traerán respuestas de miles de desconocidos a quienes jamás en la vida hemos visto y a los que probablemente no les daremos un abrazo nunca. Pero nos imponen cientos de contactos digitales para decir "gracias" o responder a una estampida de comentarios y el consuelo, al final, se convierte en agobio. Es para pensarse, al menos.

En fin. Creo que necesitamos movilidad de pensamiento o nos va a hacer pedazos la ansiedad que resulta de habernos metido en esta circularidad alucinante.

Pero no me hagan caso, yo sólo quería decir que no duermo, y que quizá nos estamos enfermando de nosotros mismos.

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

8 Comments

  1. Juan Pablo Estrada

    Ansiedad digital, es tan cierto. Lo leo y lo comprendo a las 4:03 am, después de pasar exactamente por lo que destacas. Sí, Alma, es para pensarse. Y sí, querida maestra, te agradezco tanto que me ayudes a pensar. Feliz insomnio.

  2. Alma Muñoz

    Cuando olvido mi celular, bromeo diciendo «casi pierdo la vida entera», pero al mismo tiempo me asusta esa expresión. 😒

  3. «SocioVinculados anónimos»
    Ya llevo más de 8 años sin feis. Ya llevo lo mismo sin que mi hermana me dirija la palabra por un comentario que ella pensó era mala leche.
    Ambas ausencias muy satisfactorias.

    Muchas gracias, Alma, y saludos desde el exilio.
    Un gusto leerte siempre.

  4. Pablo Décimo

    En un principio sólo tenía 5 contactos en Facebook, los únicos que conocía en la vida real. Me negaba a aceptar y a enviar solicitudes de amistad a desconocidos, sin embargo y bajo el pretexto de darme a conocer como artista accedí a aceptar y a enviar solicitudes; ahora tengo como 5 mil contactos de todo el mundo, siempre supuse que entrando al juego de las redes sociales mu suerte cambiaría, que probablemente algún medio me contrataría o de alguna manera podría vivir como artista gracias a las tales redes, sin embargo eso no pasó; lo que sí ocurrió es que sin darme cuenta fui siendo absorbido por la brutalidad de este mundo digital tan escandalosamente vacío y estúpido. No pocas veces he estado a punto de eliminar todo de las redes y volver al mágico mundo analógico de antaño, pero creo que las garras del monstruo ya me tiene asido de las entrañas de mi voluntad y me ha convertido en un zombi más.

  5. Ricardo Bada

    MI taruguita querida, quizás porque he llegado muy tarde (recién a mis 56 años) al mundo de las computadoras, no sufro de lo que cuentas en tu texto. Para mí la compu es: a) la mejor máquina de escribir que he tenido en mi vida; b) un archivo virtual que me permite no gastar en papel y, por consiguiente, una conducta ecológica; y c) un vehículo para recabar datos cuando estoy escribiendo un artículo y me ahorra el andar buscando en las enciclopedias y los diccionarios. Et ça c’est tout! No tengo el vicio ni siento la ansiedad de surfear. Ojalá sigas mi ejemplo y te libres de los insomnios.

  6. Meliton Palancares

    Como dijo Groucho Marx: «Dejar el cigarro es muy fácil, yo lo he dejado cientos de veces» jajaja casi lograba dejar las redes sociales, el internet y hasta el celular; es difícil, pero no imposible, cuando me encuentro con almadelia punto mx ¿Y qué crees preciosa? Eres de lo más adictivo que hay, jamás podré desengancharme. Saludos

  7. Alicia González

    Hola! Este texto lo leí y me encantó y lo utilice en un taller de escritura creativa como espejo. Les encantó y movió fibras a mis integrantes. Me gustaría compartir el ejercicio que hicieron a partir de la lectura, análisis y sensibilización del texto. Saludos desde el norte, la esquina de Latinoamérica, Tijuana.

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