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La cita ya estaba planeada, por Marcela Ferrer

La cita ya estaba planeada. Había llamado al vidriero tres semanas atrás. El vidrio llevaba roto desde el temblor.

A veces no entendía cómo era capaz de postergar cosas importantes para ella y ser tan eficiente para ayudar a otros a conquistar sus objetivos. Como el orgasmo, pensó. Cuántas veces había puesto el placer del otro antes que el de ella, imposible hacer la cuenta. 

Aunque en su defensa debo decir que el vidrio no estaba exactamente así desde el martes 19 de septiembre. Ese día solo se cuarteó y poco a poco con otros “temblorcitos” se siguió rompiendo, hasta llegar al punto de que cuando llovía fuerte, se hacia un charco (de buen tamaño) junto a la ventana. Así, como pasa con algunos amores, que cuando se van parecen inofensivos pero con el paso del tiempo se va sintiendo la grieta, no solo en el corazón.

Tocan la puerta, qué raro, nunca nadie toca la puerta.

Es el vecino de abajo queriendo aprovechar el pretexto del ruido para asomarse al balcón. Se le nota cierta agitación en su voz y en su forma de moverse. Trae tapabocas, guantes y un discurso de fin del mundo a causa de la pandemia. Todos escuchan con los ojos bien abiertos. No saben qué pensar, apenas es martes 17 de marzo.

Se habían visto muchas veces, pero nunca habían cruzado más de un: “buenas tardes, vecino” o “gracias por mover el coche, vecina”. No le caía ni bien, ni mal, ocupaba ese triste pero cómodo espacio cercano a la indiferencia.

Está desconcertada.

Nunca había tenido tantos hombres dentro de su casa. El vecino salió. Ella cerró la puerta. Como él, fueron saliendo los otros hombres uno a uno.

A la mañana siguiente salió de su habitación. Caminó hacia el balcón, sintió la felicidad de ver su vidrio reparado.

Salió. De reojo miró hacia abajo, había una taza de café recargada en el barandal, la mano de su vecino la abrazaba.

Sintió un golpe en el pecho, su respiración se agitó. Se sorprendió, pero no se asustó. Sintió la luz del sol pegar en su cara. Su vagina comenzó a contraerse rápidamente, como si la sola presencia de esa mano, la hubiera despertado. Los cuerpos hablan a veces más fuerte que las palabras. Imaginó que se sentían, sin mirarse. Los dos miraban el mismo árbol, escuchaban a los mismos pájaros cantar.

Él debajo de ella. Ella en el piso de arriba.

Seguía respirando agitada, sentía que el corazón se le salía del pecho. Se humedecía, era inevitable no sentir la conexión entre sus labios superiores que mojaba con su lengua y sus labios inferiores que se humedecían mucho más. Tuvo ganas de llevar sus dedos al clítoris como solía hacerlo, pero resistió, valoró la recompensa que da la espera.

El olor del café comenzó a llegar al balcón. Decidió mejor tocar una gotita de agua que estaba en el barandal ya caliente por el sol, resbaló su índice hasta que la gotita desapareció. Dejó que fuera solo la cercanía y distancia de sus muslos al contraer sus gluteos que le dieran ese abrazo al pulso de su clítoris. Dejó que su pelvis tomara una ligera cadencia. Cerró los ojos. Sonrió ligeramente. Exhaló. Entró a servirse una taza de café. 

Por primera vez en años le estorbó su soledad.

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

4 Comments

  1. José Pablo hernandez

    Porque ahora la columna a media semana, amaneció inspirada o alguien sé por pidió, pero esta interesante, buena, así me gusta , leer lo que ni gastado cerebro si puede entender, saludos

  2. y tu voz, quemadura
    y tu voz, qué madura

    qué ricos escribimientos

  3. Muy linda historia, con una perspectiva real y femenina…

  4. Excelente

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