COVID- Bitácora de sobrevivientes

Sólo puedo decir gracias, por Josefina Rubí Piña

Era 31 de diciembre de 2020, mi esposo y yo preparamos unos platillos sencillos para cenar en casa junto con mi madre que es con quien vivimos, los tres muy a gusto y tranquilos. De hecho, ni esperamos la hora del abrazo porque desde marzo del año pasado que no nos abrazamos, así es que decidimos ir a dormir temprano.

Al día siguiente, 1° de enero de 2021, desperté con una pesadez extraña en todo el cuerpo, no tenía ganas ni de levantarme, aun así, me levanté pero después de desayunar esa pesadez se convirtió en un dolor en todo el cuerpo, como si hubiese hecho mucho ejercicio. Así transcurrió el día y la noche, pero al siguiente día, le pedí a mi esposo que me acompañara a un médico porque me sentía cada vez peor. El médico me tomó la temperatura y la presión, revisó mi garganta, me diagnosticó rinofaringitis y me prescribió lo que a su criterio debía recetarme.

Después de la primera inyección me fui sintiendo mejor y al término de la tercera ni qué decir, ya no tenía ninguna molestia, transcurrieron dos días más y tal cual me sentí al inicio comenzaron las molestias en todo el cuerpo. Por decisión propia tanto mi esposo como yo –que también ya se había sentido mal– fuimos a hacernos una prueba de SAR-COV2, ambos resultamos positivos y comenzamos tratamiento, pero lejos de sentirnos mejor, empeorábamos… y ahí comenzó lo que para nosotros fue una historia de terror, miedo y angustia.

Al vivir con mi madre de 80 años de edad, temí que ella también estuviera contagiada a pesar de que ella no presentaba ningún otro síntoma que el de una tos moderada que logró controlar con remedios caseros, sin embargo, decidí que le hicieran la prueba rápida y salió positiva, al comentarlo con un médico internista de toda mi confianza, trató de calmar mi ansiedad y me pidió que en unos días más le repitiera la prueba pero que esta vez le hicieran una PCR, porque podría ser un “falso positivo” y que además le hicieran una tele de tórax. Al ver las imágenes el médico me comentó que no se veía ningún tipo de afección en los pulmones de mi mamá que indicaran presencia de COVID –salvo la hipertensión pulmonar que ya tiene desde hace más de 15 años–, pero que esperaríamos a reafirmarlo con la prueba de PCR.

Sin embargo, el resultado de la PCR salió positivo, mi mamá tenía COVID, en ese momento pasaron por mi mente muchas preguntas ¿Cómo le voy a hacer con los tres enfermos de COVID? ¿Quién va a apoyar a quién? ¿Qué haré si mi mamá comienza a sentirse como me siento yo? Traté de mantener la calma y llamé de nuevo al médico internista a quién previamente había enviado los resultados de la PCR de mi mamá y de nuevo me infundió calma, prescribiéndole los medicamentos indicados a mi mamá que seguía afortunadamente sin algún otro síntoma.

Mientras tanto, quien aceleraba rápidamente con más síntomas –como la tos, fiebre y falta de respiración– era mi esposo, la saturación de oxígeno ya era de 80, su temperatura de 39, lo veía y le comentaba en su desesperación que considerara la posibilidad de ir a un hospital porque no se veía nada bien, como le pedía se acostara bocabajo mientras daba masaje en su espalda, su oxigenación subía a 85 y poco a poco llegaba a 87, entonces me decía que ya iba mejor, que no creía necesario ir al hospital y entendía que en gran parte era miedo, ese miedo que nos acecha después de saber del fallecimiento de varios conocidos que al ingresar al hospital ya no salieron con vida, fueron noches sin dormir porque cada que tosía sentía que se ahogaba y eso me mantenía en alerta, él estaba durmiendo en una cama de masajes para poder pasar la mayor parte del tiempo boca abajo, así se mantuvo hasta que el día 10 de enero me dijo que había llegado el momento de acudir al hospital, en ese momento comenzó esa mezcla de emociones que me invadió por varios días, una parte de mí, sentía mucho miedo de saber que iba a hospitalizarse, pero otra parte sentía un alivio porque justo ese día yo sentía que me desplomaba, ya no podía con el dolor que sentía en el pecho, era una opresión espantosa, me sentía sin fuerzas, sin embargo mi saturación de oxígeno se mantenía en 90, por lo que llegué a pensar que lo que me dolía era el corazón y pensaba en que tal vez eso se siente previo a un infarto, le preguntaba a mi esposo si él no tenía esa opresión en el pecho y me decía que no.

Procedimos a contactar a sus hijos para informarles que su papá había tomado la decisión de hospitalizarse y la hija menor fue quien lo llevó al hospital, lo recibieron en un hospital del IMSS en la Ciudad de Puebla, nosotros vivimos en la Ciudad de México, conseguimos un tanque de oxígeno que había estado usando mi suegro –quien lamentablemente, ese mismo día había fallecido por la mañana por la misma causa…COVID-19– no le mencionamos nada a mi esposo para que no decayera su ánimo e influyera en su decisión, de cualquier manera no tenía posibilidad de ver a su papá y ya nada se podía hacer, así es que con ese tanque de oxígeno que duraba aproximadamente 2 horas, su hija menor lo trasladó hasta Puebla. Cabe destacar que en casa estuvo usando el concentrador de oxígeno que mi mamá usa desde hace varios años por prescripción médica debido a su hipertensión pulmonar, si no hubiera sido por ese concentrador no me imagino el trajinar para conseguir un tanque de oxígeno con lo que se escucha todos los días debido al desabastecimiento de éste.

Al no estar él, aproveché para colocarme toda la noche el oxígeno debido a que mi mamá lo ocupa algunas horas al día y no hace uso de su concentrador por la noche. Decidí que si al día siguiente no sentía mejoría alguna, haría uso de los servicios de mi seguro de gastos médicos mayores y solicitaría a mi agente me apoyara para pedir una ambulancia que me trasladara al hospital, le hablaría al menor de mis hermanos qué es el que vive en la ciudad, para pedirle que estuviera al tanto de mi mamá –esperando siguiera sin síntomas, porque no quería ni imaginar, el hecho de estar hospitalizada y que ella también lo requiriera–.

Y al día siguiente decidí hospitalizarme, porque la opresión en el pecho y la complicación para respirar no cesaban, así es que le pedí a una de mis mejores amigas que me acompañara en la ambulancia asumiendo ser mi familiar responsable y sin dudarlo llegó más pronto que la ambulancia. Aquí omito todo lo que significó tener la fortuna de encontrar un hospital con una cama disponible.

En las noticias había visto cómo es que transportan a los enfermos de COVID-19 en unas “cápsulas” para mantenerlos aislados, nunca imaginé estar dentro de una; sin más preámbulos uno de los paramédicos me midió la saturación que estaba en 75% me apoyó para introducirme en la cápsula de aislamiento, me conectaron el oxígeno y la ambulancia tomó rumbo al hospital en el que de acuerdo con los trámites de mi aseguradora había una cama disponible, en ese trayecto por mi mente comenzaron a pasar infinidad de imágenes…

Después de recorrer 31 km que me parecieron eternos, llegamos al hospital, al bajarme de la ambulancia vi a mi amiga diciéndome “adiós” con una de sus manos y sentí un miedo terrible, no sabía si ese “adiós” era definitivo. Ella se quedó en el área de admisión a hacer todos los trámites administrativos correspondientes y yo pasé directamente al área de urgencias, como en todos estos casos me hicieron una serie de preguntas. Pasado un tiempo que para mí era eterno, dejaron pasar a mi amiga para estar un momento conmigo, hasta que me subieran a piso y debo decir que por absurdo que parezca me dio una gran alegría verla, aunque llegó el momento de subir a piso y nos despedimos, pero mi estado de ánimo ya había cambiado gracias a que pude verla y platicar con ella, pues comencé a generar una angustia indescriptible pensando que a partir de ese momento me quedaba sola en un hospital.

Ya canalizada por vía intravenosa comenzaron a medicarme, me colocaron el oxígeno, el oxímetro y el baumanómetro de manera permanente, por lo que me sentía “envuelta” en cables y mangueritas y encima de eso me pedían estar acostada bocabajo para ayudar a que mi saturación subiera, bastante incómodo, pero acataba la instrucción con tal de sentirme mejor y lograr salir de ahí cuanto antes, nadie quiere estar en un hospital y menos sin compañía de alguna amiga o familiar.

Y justamente esa soledad que me llenaba de miedos y angustia, irremediablemente me llevaba a pensar que pasaba afuera, con mi mamá, con mis hermanos, con mis amistades y compañeros de trabajo, ¿acaso pasó por sus mentes lo mismo que por la mía? Tenía menos de un mes que había fallecido un compañero de trabajo, un día de que había fallecido mi suegro, una semana de haber fallecido un querido amigo de la familia y todos por COVID-19, estando en el hospital me enteré de la muerte de varias personas que consideré siempre cercanas a mí y me invadía la tristeza, pero también el miedo de que la siguiente fuera yo. Además la incertidumbre de tener muy pocas noticias acerca del estado de salud de mi esposo, ya que en algún momento hubo una falsa noticia por parte de quiénes me daban informes a través de mensajes al celular, me habían dicho de una “trombo” en alguna parte de su cuerpo, sin más razón, eran horas de tantas emociones encontradas que de pronto sentía no poder con tanto.

En dos ocasiones era tan asfixiante esa necesidad de querer respirar como siempre, que ahora pienso que yo misma me la provocaba tal vez un poco por ansiedad, tal vez otro poco que la opresión en el pecho no salía de mi imaginación, realmente era sofocante. No tener la capacidad pulmonar de emitir un suspiro, un bostezo, de fatigarme cada que comía, de ni siquiera poder llorar porque me faltaba el aire.

Las noches parecían interminables, era difícil conciliar el sueño, así transcurrieron ocho días, en los que a pesar de tener dos días muy inciertos en los que mi oxigenación no era la mejor y yo sentía que podía pasar “lo peor”.

Pero mi organismo respondió favorablemente al tratamiento y estoy aquí dándome la oportunidad de narrar parte de lo vivido con la COVID-19 que inexplicablemente y de la forma más extraña sigue causando estragos con las secuelas que persisten y no permiten aun incorporarme a mi vida cotidiana, fatiga, falta de aire, dolores de cabeza, en las articulaciones, en el pecho, falta de memoria, descamación de la piel de las manos, por mencionar algunas.

Por otra parte, se preguntarán qué pasó con mi mamá y mi esposo; puedo decir que la enfermedad se ensañó con nosotros y se apiadó de ella, pues mi mamá a pesar de ser vulnerable por la hipertensión pulmonar y arterial, lo único que refiere es cansancio en exceso y mi esposo después de nueve días en el hospital en los que también pasó por amargos momentos, al igual que yo aprende a sobrellevar las secuelas. Sin embargo, lo más rescatable de toda esta experiencia es haberme dado cuenta de la gran red de apoyo que se formó con tanta gente querida para nosotros, quienes de una manera u otra hicieron y siguen haciendo votos por nuestra pronta recuperación, a toda esa gran red de apoyo “sólo puedo decir GRACIAS”.

Josefina Rubí Piña

*Que mejor título para este relato que el parafrasear a mi hija, quién a pesar de ya no estar físicamente conmigo, sí lo está en mi corazón y sus enseñanzas siempre son pilar fundamental en mi día a día.

¿Te gustó el artículo?

Alma Delia sostiene este portal de forma independiente, ayúdala a conservar el espacio mediante nuestro sistema de patrocinios (patreon). Haz clic aquí para ver cómo funciona. ¡Muchas gracias!

Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

One Comment

  1. Wendy Margarita Espinosa Castillo

    JOSEFINA RUBÍ, no te conozco pero te abrazo, quisiera que esta pesadilla terminara ya para toda la Humanidad.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*