posmodernos y jodidos

Ni blancos, ni barbados, ni vencidos

Hay palabras que hacen saltar algo dentro de mí.

Ahí dentro, siento que se me hinchan las venas, que un pálpito me devuelve de golpe mi historia y la de miles, la de millones como yo y como ellos y como tú y como ninguno.

Indio. Negro. Prieta. Naco. Jodido. Hambreado. Delincuente. Culpable.

Sucede que nos cansamos de pedir permiso, de pedir perdón, de esperar en la puerta, de mirar hacia abajo, de esperar el carruaje del rey, de esperar la venia de la reina.

Sucede que nos cansamos de ver cómo humillaron a nuestra madre mientras limpiaba la cocina o los baños de un departamento al que no podríamos aspirar en tres o cuatro generaciones.

Sucede que nos cansamos de no ser vistos. Sucede que nos cansamos de ser desaparecidos. De poner el cuerpo para las estadísticas de todas las guerras.

Sucede que nos cansamos de que no haya pantalla, revista, película, promocional que conozca nuestro rostro. Sucede que nos cansamos de ser el lado oscuro del mundo. Aquí también tenemos luz, mucha luz.

Sucede que nos cansamos de ser señalados en la fila del banco, en el aeropuerto, de que nuestras credenciales valgan menos, de que nuestro pasaporte sea objeto de sospecha, de que nuestro currículum se quede en el montón de abajo.

Pandillero, moreno, tatuado. Negra cambuja. Negro. Simio. India patarrajada. Pinche indígena esgrimen los que se ufanan de ser “preparados” ¿preparados en su punto exacto de cocción, de emulsión o de ebullición? me pregunto. Ignorante, esgrimen los honorables, los de buenas costumbres, los que obedecen y esperan obediencia.

Los que obedecen y esperan obediencia. Los que obedecen y esperan obediencia. Ahí está su mito fundacional del mundo. No del mío. No del nuestro.

Ya casi me callo, sólo quería decirles que tener hambre es sacarse la lotería.

Tener hambre es ser el mundo y no sólo estar en él.

Escribo con rabia, quizá este es mi único privilegio. Y no me disculpo.

No pido permiso.

No pido perdón.

Atravieso tu puerta y te miro.

Existo, soy morena, tengo sangre árabe y sangre purépecha, aprendí a escribir mi nombre en una escuela pública, aprendí mi primer poema en una escuela pública, me enamoré con toda la euforia de mi piel oscura bajo el uniforme de una escuela pública. Conozco el hambre. Conozco la calle. Por eso estoy llena de recursos, quizá tengo tantos recursos como tú, tal vez tengo más.

Aquí estoy.

Mírame.

Mírate.

Mírame.

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

One Comment

  1. Luian Solrod

    Hace poco noté, con alegría, que en cualesquiera lugares y tiempos, tengo el nopal tatuado en la frente, a mucha honra, salí del barrio pero el barrio no salió de mí.

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