posmodernos y jodidos

La arrogancia del amor

¿Cómo se puede predecir la conducta humana? Es increíble el atrevimiento premonitorio que nos permitimos a lo largo de nuestra vida. Así, como si cualquier cosa vamos aventurando futuros, sobre todo si se trata de vaticinar la suerte de otros. Eso hice yo —que soy soberbia y deslenguada— hace cuatro años cuando vi a una pareja configurarse exactamente el día del sismo del 19 de septiembre de 2017.

Habíamos visto volar los azulejos de las paredes del edificio y abrirse grietas en los muros, llamado ambulancias, levantado pedazos de hormigón en un predio derrumbado unas calles adelante, cargado toneladas de ayuda que acumulamos para mandar a Chiapas y a Oaxaca, sudado a mares, participado de grandes comilonas, llorado, bailado y cantado en medio de todo aquello porque para eso somos mexicanos.

Desde la primera noche que abrimos el centro de acopio en el estacionamiento del condominio, él y ella se atrajeron como imanes, empezaron a pasar demasiado tiempo juntos, iban y venían; se ofrecían para las labores titánicas, no importaba cuán lejanas o insufriblemente administrativas resultaran, siempre en par y con un entusiasmo que rayaba en la euforia, eran los primeros en levantar la mano y ocuparse. Todas las personas en el grupo éramos vecinos, ella acababa de divorciarse y él recién había llegado a vivir ahí.

Yo, que no puedo evitar olfatear las historias que intuyo porque soy una juntapalabras carroñera, fui la primera en darme cuenta de que había ocurrido un flechazo sísmico. No voy a negar, aunque me avergüence, que comentamos el tema entre varios y que, desde luego, diagnosticamos una reacción de crisis, una infatuación tan erótica como tanática porque ese terremoto nos había puesto de frente con la posibilidad de la muerte, y aseguramos que aquello duraría muy poco, hicimos apuestas y les dimos un máximo de tres meses. Cuando la adrenalina bajara, cuando todos dejáramos de saludarnos con abrazos en el elevador, cuando poco a poco comenzáramos a mudarnos de aquel sitio, seguramente esa pareja trémula y desesperada —se ocultaban para besarse en cualquier oportunidad por insensata o inverosímil que fuera— también se desvanecería.

Pienso en la sentencia freudiana del amor como fuerza devoradora que invariablemente caminará hacia la muerte, esa fatalidad que necesita destruirse a sí misma para poder sobrevivir y me pregunto, ¿cómo negar que puede ocurrir exactamente al revés?, ¿y si venir de la devastadora experiencia de muerte necesita rebotar exactamente en el amor?

No les he contado lo que me llevó a escribir esta historia y es que hoy me encontré a esa pareja que hace cuatro años condenamos a la fugacidad de tres meses. Ja. ¿No es precioso cuando la vida hace tropezar nuestro bastón de pordioseros invidentes para recordarnos que no sabemos absolutamente nada de lo que vendrá?

Nos reconocimos pese al cubrebocas y nos abrazamos con una alegría de almas en resurrección, lo juro, después de dos años de pandemia no podía ser de otra manera. Que siguen juntos, que se enamoraron con la potencia de las bestias, que comparten techo y lecho, que iban camino de comprar no sé qué ferretería para su casa.

Qué bien se siente equivocarse, qué liberador es encontrarse frente a nuestra falibilidad en carne y hueso.

Si aquellos seres andróginos que eran uno en el amor tuvieron la arrogancia de levantarse contra los dioses y trataron de invadir el Olimpo, ¿por qué no habría de tener ese mismo amor la arrogancia suficiente para contradecir cualquier mal pronóstico?

O no lo sé, pero justamente eso: no lo sé. Qué bien proclamar la incertidumbre, el desconocimiento, la sorpresa, lo que no vimos venir.

Y yo tenía otro texto para compartir este fin de semana, uno que hablaba sobre el desmedido consumo en Navidad, pero me encontré con los enamorados y pensé: ¿hay algo que valga más la pena contar que una historia de amor?

*

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

12 Comments

  1. Qué bonito es el amor!

  2. Y más bonito como tú lo relatas 🙂

  3. Pilar Galván

    Que bueno que te decidiste por el texto sobre el amor…total, el consumismo toma cualquier pretexto. Gracias!

  4. Chío González

    Debo confesar que conforme iba leyendo, yo les dí un año a esos enamorados, qué bonito es equivocarse. Genial texto!

  5. Hermoso.

  6. Es usted una fregona. Siempre es un placer leer sus textos.

  7. Ana Léautaud

    Siempre me sorprende (tontamente… si ya lo sé) lo mucho que me gusta leerte. Anyway, suscrita desde ya. Mucho éxito en esta aventura!

  8. Se antoja enamorarse

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