Nunca dejará de ser un misterio que nuestros padres, esas personas que ahora andan despacio y escuchan mal, sean los mismos que nos criaron, que corrieron detrás de nosotros, que nos gritaron con rabia, que nos amaron con furia, que nos despidieron infinitas mañanas al pie de la casa para mandarnos a la escuela.
Los que fueron semidioses, ahora son ancianos. Hace algunos años que tengo una fijación con el hecho de que mi madre ha empezado a encoger, cada vez que la veo y la abrazo registro esos centímetros menos como antes registrábamos los centímetros que yo iba ganando para alcanzar su estatura.
Y si la vejez de nuestros padres es un misterio, la muerte lo es más. Lo sé, digo obviedades, pero cómo no decir obviedades cuando se está aterrado ante la perspectiva que va poniendo en línea cada vez más recta y más cercana el día final de los padres.
Esta madrugada murió la madre de una amiga queridísima, me duele por ella, me desespero; me digo que ojalá se pudieran hacer transferencias de corazón a corazón, repartir dolor, pasar saldo de amor, de fortaleza. Me asusta porque cuento siete amigos que en el último año perdieron a uno de sus padres, y ninguno a causa del Covid-19; simplemente sucedió.
Padres y madres que tenían entre sí diferencias de hasta veinte años de edad, han muerto. De ochenta años, de sesenta y uno, de setenta y dos… Qué misterio es este, me pregunto, ¿hay períodos que viene la puta muerte y se los lleva a todos de tajo?, ¿siete el mismo año con perfiles tan distintos, con edades tan dispares?
No estamos preparados para la orfandad, nunca, no importa lo adultos que seamos, no importa si tuvimos un vínculo espléndido o desastroso con nuestros padres; cuando perdemos a uno se abre un hueco en el cielo que tira hacia abajo, a un abismo desconocido y a veces también liberador. Porque hay abismos que liberan, ciclos que se cumplen, circularidades que abrazan.
Y luego quedan los trámites, la casa, los papeles extraños, las fotos, los incontables objetos, las firmas, los abrazos. Y en la vida quedamos nosotros, expuestos de nuevo a esos primeros años, sin saber si seremos aptos para el siguiente ciclo escolar, el que nos empuja a convertirnos en la generación en primera línea de nuestra familia, los nuevos patriarcas, a ostentar el cargo que ellos dejaron vacío. No sólo somos hijos huérfanos de nuestros padres, de pronto ocupamos su lugar en el organigrama. Qué desfase.
Queda, en algunos casos, el consuelo de la dignidad como arma única contra el tiroteo del paso del tiempo. Pienso en la muerte de mi padre en la que no estuve, la que no presencié. Pienso que mi padre se apartó de la manada como un lobo viejo para morirse, sencillamente.
Pienso en este poema de Blanca Varela que hace días me obsesiona:
Nadie nos dice cómo
voltear la cara contra la pared
y
morirnos sencillamente
así como lo hicieron el gato
o el perro de la casa
o el elefante
que caminó en pos de su agonía
como quien va
a una impostergable ceremonia
batiendo orejas
al compás
del cadencioso resuello
de su trompa
sólo en el reino animal
hay ejemplares de tal comportamiento
cambiar el paso
acercarse
y oler lo ya vivido
y dar la vuelta
sencillamente
dar la vuelta
*
GRACIAS POR TU AYUDA: Queridos lectores, ojalá puedan aportar 3 dólares para seguir publicando este contenido gratuito y constante. Den clic aquí para su aportación: https://www.patreon.com/almadelia?fan_landing=true
Perder a los Padres es lo mas horrible que puede haber, un dolor que no tiene remedio, te podrán decir los mejores deseos que ni quieres oír, ni ver a nadie,es feo pero inevitable.
Sí, de esos dolores inevitables para los que, de cualquier manera, nunca estaremos preparados. Un abrazo, José Pablo. Gracias por leer.
Llevamos mes y medio en hospital con éste tema rondando, a veces más cerca, ahora felizmente parece más lejano. No puedo dejar de mirar a mi papá con ternura de ser lo que fue, de ser lo que es, aferrándose a la vida. Veo la indefensión y vulnerabilidad de mi mamá, su pareja por 55 años. Vamos un día a la vez y seguimos abrazándonos.
Ay, Patricia, lo siento; qué travesía tan difícil. Te mando un abrazo muy grande.
Se me hizo un nudo en la garganta al leerlo. Tengo la fortuna de tener a mis padres, de poder abrazarlos aún y de sentir su amor hacia mí.
Gracias por hacerme consiente que los debo disfrutar diariamente.
Un abrazo, Germán. Qué bueno que no dejamos de sabernos vulnerables, hay mucho de dignidad en ello.
Ante las pérdidas propias y ajenas nos queda la empatía cómo desgracia y la escritura como bendición catártica. Coincidentemente un día como hoy escribí en mi blog “Orfandad total” ante la muerte de mi padre. http://jesusorduna.blogspot.com/2018/09/orfandad-total.html?m=1
Sincronías. Un abrazo para ti, Jesús.
entre a tu blog y parece una historia muy bonita para continuar con este tema, pero no se alcanza a leer por la imagen de fondo… un abrazo a la distancia
Mi padre murió hace 43 años, cuatro meses y un día. Lo mató un infarto fulminante cuando mi madre le llevó el almuerzo a la cama (estaba acatarrado) y él le dijo: «¿Dónde está el vino, Manuela?» Mi madre se fue rezongando a la cocina («¡Estos hombres que no pueden comer sin vino!») y al regresar con el vino se encontró a mi padre moribundo. Y me está faltando todo ese tiempo: 43 años, cuatro meses y un día. Sus últimas palabas: «¿Dónde está el vino, Manuela?»
Genio y figura.
Qué historia, mi amollcito, esto resume la vida. Y de qué manera. Te abrazo por esos 43 años, cuatro meses y un día. (Y que no nos falte el vino nunca). Te adoro, ya tú sabe’
Mi madre tiene 94 años y se esta haciendo pequeña cada día, hace algunos años era mas alta que yo y ahora me llega si acaso al hombro, aun está muy bien de su mente solo con malestares propios de su edad. Se que algún dia ya no estará solo espero que falten algunos años más.
Entiendo la sensación, Laura. Queda entregarnos al tiempo, nada más. Un abrazo.
Sí, la hermana muerte ya ronda mi casa, el momento impostergable se acerca, se ha hecho todo lo humanamente posible, nuestro viejo padre, último de 6 hermanos que hicieron y deshicieron a su antojo. Primero fue la demencia que lo ha atormentado 3 años y a nosotros junto con el. Y ahora parece que lentamente está yéndose al viaje trascendente, a ese viaje al que todos iremos tarde o temprano.
Siendo joven perdí a mi padre, más de 40 años, luego de un duro proceso causado por la diabetes y haber perdido su empleo. Lo segundo acentuó a lo primero. Las primeras señales fueron ir perdiendo la vista de a poco, luego el mal avanzó hasta afectar la circulación y generar gangrena en un pie que resutó en la pérdida de una pierna. Poco tiempo después, el mal seguía avanzando afectando su segunda pierna. Un hombre fuerte que trabajo duro para darnos lo mejor de sí y que pudo, por lo que vivo eternamente agradecido. Su proceso tomó más de 3 años, que significaron una muerte lenta de todos en casa. El final llegó una tarde previa a la Nochebuena, la Navidad fué el sepelio. Algo que nunca olvidaré, y lo peor es que nunca podré hablar con él para escuchar lo que seguro me hubiera aconsejado.
Con el tiempo pienso en todo esto y aún no sé dónde debo poner las cosas. Difícil y triste.
Nadie esta preparad@ para recibir ese violento vacio en su vida.