posmodernos y jodidos

Destino: árbol

Salgo a correr con el frío de la mañana, es una hora en la que casi no hay personas en la calle, con mi recorrido trazo un circuito alrededor de los árboles y reparo en uno inmenso que llevo días observando, pienso: qué fortuna habernos conocido.

Me sorprende mi propio pensamiento, su forma verbal, la conjugación pretérita. Comprendo que la conciencia que me llega es sobre mi finitud, no la del árbol. Desde luego, ese árbol estará en la Tierra más tiempo que yo.

Cuando termino con los kilómetros de carrera me dirijo hacia él, como un imán me siento atraída por un epicentro que reverbera recuerdos de mi abuela hablando con los árboles de su casa: ¿y tú por qué estás tan triste?; ya ponte contento, ahí vienen las flores; ay, arbolito, sólo tú y yo sabemos que la cáscara guarda al palo.

Ahí está el gigante, me paro delante suyo y me parece que quiere contarme algo, hablarme. Ya hay otras personas que pasan por ahí, así que siento pudor de pegar la oreja al tronco de mi recién estrenado amigo y tímidamente cierro la distancia entre su cuerpo y el mío, pero no es suficiente, no lo oigo.

Bueno, pienso, si el mundo está en pleno apocalipsis a nadie le importará ver a esta loca hablando con el árbol más bonito del parque.

Así que pego la oreja a su tronco como quien quiere detectar el ritmo cardíaco en el pecho de alguien y me concentro, empieza a surgir un sonido; ahora lo rodeo con mis brazos para estrechar distancias y escuchar mejor. Ahí me quedo, largo rato.

En esa posición tengo un acercamiento pleno de su corteza y veo las figuras que habrá trazado una plaga, tal vez el gusano barrenador; las encuentro sorprendentes, están trazadas con inteligencia, con diseño; también hay una leyenda con tinta negra que dice “Lucía y Miguel”. Ese árbol contiene una escritura distinta, pienso; y me doy cuenta de que estoy leyéndolo. ¡Estoy leyendo un árbol! El hallazgo me emociona, quisiera decírselo a la desconocida que pasa corriendo junto a nosotros, pero no me atrevo.

Me quedo con mi descubrimiento pegada a su cuerpo y me golpea una imagen: mi madre tuvo un parto así, abrazada de un árbol en la montaña michoacana, sin más asistencia ni médico que el árbol mismo. Debió ser brutal.

Ahora tengo ganas de llorar, ya sé, yo siempre tengo ganas de llorar, no estén jodiendo, hay una pandemia. Y es difícil contener el llanto luego de la carrera con los pulmones a tope de oxígeno.

Pues qué remedio, lloro abrazadísima a su tronco.

Y ahora me viene un ataque de risa. Pasé del pudor de acercarme a él para escucharlo a leerlo, a convertirlo en pantalla del cine de los recuerdos, a llorar y a reírme con él.

Me recupero del ataque de llanto, me recupero del ataque de risa y me concentro otra vez en escucharlo.

Y distingo algo nítidamente: es mi corazón latiendo con fuerza entre la caja de resonancia que somos el árbol y yo. De modo que esto es lo que quería contarme, que estoy viva. Ahora comprendo a mi abuela y sus eternos diálogos con ellos, claro que los árboles hablan, que me vengan a decir a mí que no.

Me despego lento de su cuerpo, vuelvo a leerlo con detenimiento y casi creo descubrir un alfabeto. Y confirmo, agregando una línea al poema de Joan Margarit, que las cartas de amor —y los troncos de los árboles—, serán nuestra última literatura.

*

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

10 Comments

  1. Juan Pablo Estrada

    Qué precioso texto. Gracias por escribirlo, por continuar escribiendo.
    Mañana me voy a platicar con las jacarandas de mi abuelita, a ver qué me cuentan en sonidos morados.

    • Alma Delia Murillo

      Quiero saber todo de esa conversación en morados y violetas. Te mando un abrazo muy grande, gracias por seguir leyendo.

  2. Luian Solrod

    Que álmica imagen la de un árbol susurrándote latidos para recordarte que estas viva en este mundo chillalegre.

  3. Hola Alma Delia. Mi hijo de 7 años y yo leímos tu texto y nos gustó. Mi hijo en su escuela justamente aprendió hace poco la importancia de escuchar a los árboles. Saludos.

    • Alma Delia Murillo

      Mónica, me has hecho el día, absolutamente. Imaginarte con tu hijo de 7 años leyendo esto es como recibir un abrazo al corazón. Les mando un beso a ti y a él 🙂

  4. Ricardo Bada

    Qué bello cómo escribes, mi queridísima taruguita. Me has hecho recordar el árbol inmenso que hay en la esquina NW de la Plaza de las Monjas, en mi Huelva tan lejana. En ese árbol anidan cientos de pájaros, y a la hora del crepúsculo vespertino, cuando el día se despide, el árbol se despide del sol de una manera gloriosa, sirviéndose de sus pájaros como intérpretes. Se cuentan entre los mejores conciertos que he oído en mi vida.

    • Mi amollcito mío, qué imagen me has regalado con ese concierto de aves dirigidas por un árbol con batuta. Te adoro

  5. Francisco Fernandez de Miguel

    Uf Alma. Menuda tarea nos dejaste después de esta joya… Eres cruel…

  6. Elegiste al más hermoso, lo abrazaste, y él, generoso, te regaló el llanto y la risa.
    Un abrazo grande.

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