posmodernos y jodidos

La razón salvaje

Hay una incorregible manía, una sustancia inasible pero inflamable que me habita el pecho, mi desbocada emocionalidad. A veces la odio, a veces la reverencio como quien se inclina ante el prodigio interpretativo del mejor actor o actriz de teatro.

Fui hoy con mi hermana mayor a hacer un trámite importante, no hay años que preparen para la burocracia de firmar papeles y entregar copias junto al cuerpo diminuto y cicatrizado de tu hermana. La cabeza se parte en cuatro: la tú que firma, la tú que piensa que ya es tarde y no hemos desayunado, la otra tú que hace cuentas, la tú que quiere enojarse pero ya no puede porque hace muchos años que entendió que la gente —alguna gente— es así: son incapaces de comprender que lo diferente no hace daño y miran ese rostro cicatrizado y esa mano a medias mutilada de tu hermana y no pueden evitar demostrar su espíritu morboso, su falta de empatía, su falta de elegancia.

Me resigno porque todavía en la mitad del siglo XIX, en los países más “civilizados”, los científicos más progres hablaban de razas y anormalidades desde una supuesta ciencia, desde un seudo conocimiento delirante que sigue llenándonos la cabeza todavía hoy, en 2024.

Esas jerarquías falazmente fundadas en la ciencia, determinaron subnormales y cuasi humanos a africanos, indígenas, inuits, enfermos… y, claro, a las mujeres.

Convencidos con mediciones y todo, concluyeron desde Darwin hasta Thomas Huxley —especializado en anatomía comparativa—, que había humanos no tan humanos como el hombre blanco. Chínguense esta.

Así que camino con mi hermana que, como ella dice, está hecha de retazos entre los injertos de piel por las quemaduras, las placas de hierro, la pronunciada cojera y, esta vez el bastón (que usa cuando se acuerda, la sinvergüenza) y ya no me enojo con las miradas obscenas de la gente.

Entramos a desayunar a semejante lugar que, sumado a lo que ya digo, es el topping de nuestra rareza: un restaurante temático de princesas con muros simulados de castillo, bebidas azules burbujeantes, asientos como tronos del reino, dragones, ratones, zapatillas de cristal y jorobados voladores. Diosas.

Aquí me explota en el pecho una bala de plata cuando comprendo por qué estamos en un sitio como ese.

La conversación y las risas transcurren y luego nos despedimos y yo llego a casa con esta bala expansiva en el esternón y encuentro la estampida de comentarios imbéciles sobre la boxeadora argelina, Imane Khelif: los lobotomizados con la mitificación biológica que es de un nivel de ignorancia lapidario, insitiendo en que no es mujer porque tiene altos niveles de testosterona, los que la acusan (como si fuera un delito) de ser mujer trans sin serlo y los que de plano se arrastran en el lodo de su propia miseria, y piden revisarle los genitales.

Wow.

¿Cómo de mezquino, infeliz y desventurado hay que ser para necesitar meter las narices entre las piernas de cualquier ser humano con tal de certificar un dogma? De veras que la proyección de la propia sombra puede ser escandalosa y el ensombrecido ni se entera.

Lo dicho, como si estuviéramos en 1850, legiones de ignaros apelan a la retrógrada idea del estadio inamovible del homínido ancestral y están a nada de pedir que se evangelice o se extermine a cualquiera que no cumpla con los altos estándares de ser humano-humano, es decir: hombre y blanco.

Vamos, que usando esta racionalidad delirante, me pregunto por qué Michael Phelps con el síndrome de Marfan que resulta en esas extremidades extraordinariamente largas, más allá del estándar anatómico de la mayoría de sus pares, y que le daban ventaja en su disciplina olímpica como nadador, no fue descalificado. ¿Por qué nadie se preguntó si era hombre, si era humano? ¿alguien levantó la mano para pedir que le revisaran el escroto o el hipotálamo?

Si no somos capaces de comprender que nuestro horizonte de comprensión es siempre limitado, acotado por el tiempo presente; y que el futuro, sobre todo hablando de evolución de nuestra especie, trae lo inimaginado, es que rebotamos de imbecilidad.

Que si Prisca Awiti es o no mexicana, que si una mujer con alta dosis de testosterona ya no es mujer… a veces me parece que en lo que batimos récord, es en los niveles de pobreza mental. Todo lo que nuestra civilización se ha perdido, por ejemplo, sólo por relegar a las mujeres.

Pienso en Kathrine Switzer que en 1967 corrió la maratón de Boston casi de incógnito y sin revelar su sexo, quisieron echarla a mitad de la carrera al descubrir que era mujer… o en Emil Zátopek, el corredor checo duramente criticado por su técnica poco ortodoxa y luego perseguido por el régimen comunista por mostrarse simpatizante con las ansias libertarias de la primavera de Praga.

Cuándo se dará cuenta la humanidad del intelicidio que significa negarse los talentos, conocimiento, virtudes y arte de cualquier grupo de personas que hemos dado en llamar “minorías”.

Sólo en el caso de México, este dato es apabullante: el 70% de las medallas olímpicas las han ganado mujeres desde Athenas 2004 hasta ahora.

¿Por qué nos vamos a negar la evolución como especie despreciando los beneficios insospechados que pueden traer los que no encajan en el estándar? ¿Y si las personas trans son precisamente un camino a la evolución anatómica que hoy ni siquiera alcanzamos a concebir?

No se trata de una sofisticación discursiva, la realidad está ahí: lo que concebimos como género, humano, normal, estándar, sano o enfermo está cambiando y necesitamos repensarlo. Insisto, no olvidemos nunca que nuestro horizonte de comprensión es limitado por lo que cada uno somos y por el tiempo en que vivimos. La diversidad nos hace evolucionar.

En la mañana estaba triste, decepcionada con la falta de empatía en el espacio público, pensé en lo “anormal” que resultaba que dos señoras de nuestra edad estuvieran en el restaurante de princesas pero cuando comprendí que mi hermana no tuvo infancia pues de los 6 a los 12 años estuvo entre hospitales y cirugías, y cuando a los 12 salió a la vida le tocó ser cuidadora de sus hermanas pequeñas… supe que estar en ese lugar era como refugiarnos en la cálida resolana de una niñez que de alguna manera se repara con pequeños gestos, con símbolos que no comprende nadie, salvo quien los lleva en el corazón. Y eso basta.

Ojalá tuviéramos menos delirios racionales, menos pasión por la norma y lo normal, menos temores biologicistas y más capacidad de asombro. Sí, lo que sea que entendamos al decir “seres humanos” cambió y seguirá cambiando.

*

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

2 Comments

  1. ¿Hay límite de caracteres en estos mensajes?, espero que no, qué linda entrada, a pesar del tema. Encontré no sé dónde una lista de libros leídos en un año y terminé comprando siete en una semana (al menos tres de esa lista). Apenas terminé la segunda edición de Cerca del fuego de José Agustín y empecé uno de esos nuevos. Lo poco que llevo de ese libro habla de una mujer en particular, la imposibilidad de encontrar un lugar en el mundo siendo mujer y de la seriedad que muestra en todas y cada una de las fotografías que existen de ella. La seriedad. «¿Por qué eres tan seria?, se te ve tan bien la sonrisa», me han dicho innumerables veces. Lo peor del caso es que nunca me he sentido mujer, mucho menos hombre (¡ja!, ¿se imaginan?), quizá si hubiera nacido bajo otro ambiente usaría alguna de las denominaciones semi-nuevas de la comunidad no-binaria, pero eso dejó de importarme hace un montón. Lo que sí me importa es encontrar gente diversa e interesante, con una vida no-lineal, con quien se pueda sostener una conversación de esas que duran horas. Pero en esta zona eso no existe. Por seguir un trabajo que me parecía muy interesante, de repente me encuentro rodeada de gente con baba en lugar de neuronas, donde la plática más interesante es el pinche clima, el desabrido restaurante nuevo y el » gran farmers market» que tiene tres miserables puestos de verdura carísima. Y encima de todo, un hombre -blanco-, parece tener preferencia para hablar de la diversidad porque decidió hacer su transición de género. Qué bien, qué huevos para hacerlo, lo admito, pero hasta en eso se tiene que tener privilegio para hacer aceptada. Mientras tanto, habiendo entrado a un puesto de aplicación de tecnología para la investigación, me encuentro haciendo tareas administrativas que me tienen a punto de renunciar, regresar a México, seguro a ser pobre porque un buen trabajo no voy a encontrar, pero con mejores mercados al menos y (ojalá) uno que otro amigo. La emoción desbordada (desbocada emocionalidad, hermosa frase), vestigios de haber estudiado Teatro en Filos (hace un montón, una vida pasada casi) y soltar tantito esa bala en el esternón. Pero hay que volver a guardar la bala, porque aquí la única expresión aceptada es la del hombre -blanco- que aprendió a decir todo con political-correctness, pero que son de una agresividad pseudopasiva que te cagas. He dicho mil y una veces, qué fácil es volverse loco en este país, entre observar diario el despercidio descomunal, la monotonía de la gente y el intelicidio provocado por la superficialidad y el black friday de amazon prime. Y digo qué linda entrada porque sí, lo humano, lo reconfortante, lo reconocible, lo enriquecedor siempre estará en la búsqueda por la evolución, el cambio, y la capacidad de absorber nuevas maneras de ver el mundo y vernos a nosotros. Es domingo, no tengo absolutamente nada que hacer y me rehuso ir al grocery store porque implica que me voy a topar con más superficialidad y monotonía. Encontré otra lista de libros en este blog, ja. Pinche amazon que se llevará mi dinero para tener tantita distracción y alimento para mi aislamiento. Es la única manera que sé para no volverme loca. Ni modo.

  2. Daniel Carrillo

    Gracias por compartir tu pensamiento. El cambio que propones va a darse, pero necesita tiempo. Son muchos siglos en los que la mujer ha sido sobajada, y sin embargo me parece que estamos atravesando el punto de inflexión. Voces como la tuya marcarán sin duda ese nuevo destino.

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