posmodernos y jodidos

Los ídolos, los monstruos, lo humano y Maradona, —Por Berthalicia Navarro y Alma Delia Murillo

«Hans ama a ese mismo padre por quien alimenta deseos de muerte; y al par que su inteligencia objeta esta contradicción, no puede evitar el dar testimonio de su existencia pegándole al padre y besando enseguida el lugar donde le pegó».

—Sigmund Freud, Análisis de la fobia de un niño de cinco años.

El ser humano está lleno de aparentes contradicciones, oscuridades y luminosidades que lo hacen un ser complejo, profundo, de matices y texturas insondables. Así como amamos, odiamos. Así como creamos arte, iniciamos guerras.

Pulsión de vida y pulsión de muerte en constante tensión y conflicto se manifiestan en el producto terminado: el templo del cuerpo y el Yo que le da su identidad singular. Lo inhumano es también profundamente humano y la única forma de trascender nuestras más oscuras pulsiones es aceptar que existen, hacerlas conscientes, rescatarlas de la represión y sublimarlas.

Pero ni siquiera un ser capaz de sublimar como pocos, como el recién fallecido Maradona, puede escapar de manifestaciones de lo oscuro, de la neurosis, del malestar psíquico que nos acongoja, a diferentes grados y con distintos efectos, a todos. Sorprende, en la reacción a la muerte de los grandes, la visión binaria, la deificación o el descarte absoluto; —sorprende y preocupa— pues el reconocimiento de nuestras dualidades es esencial si queremos formar un proyecto, individual y social, que aspire a no manifestar lo más destructivo.

A lo largo de la historia, los seres humanos hemos demostrado que tenemos terror a mirar hacia adentro, a explorar nuestros propios abismos, a reconocernos capaces de maravillas y aberraciones al mismo tiempo. En el mismo empaque. Porque de la misma sustancia que están hechos aquellos a quienes calificamos de monstruos estamos hechos nosotros, esto queda de manifiesto cuando en masa decidimos mear la tumba de un muerto, o celebrar el sufrimiento del que nos parezca el más condenable de los seres humanos; ¿no revela eso que también somos capaces, al menos un poco, de la crueldad que señalamos?

El dogma de la justicia o de la bondad social echa por tierra sus propios principios precisamente cuando se convierte en dogma, en un deber ser al que —siempre sospecharé de las masas—, hay que sumarse furibundos y rabiosos para que quede claro en qué bando jugamos: el de la legión de los buenos, el de las buenas conciencias.

Y con tal de no habitar en la incomodidad, o por nuestra muy demostrada incapacidad de sostenerla, creamos dogmas, religiones, ideologías, marcos jurídicos y linchamientos digitales que tienen un solo ojo, el del Cíclope, el del gran monstruo que más fielmente nos representa: un único punto de vista.

Ya he perdido la cuenta de la cantidad de personas a las que un tweet viral les jodió la vida, les hizo perder el trabajo, les canceló una publicación, los echó de un país o les robó el derecho sagrado de una muerte íntima, de un duelo sin opiniones, de la manifestación privada del dolor; no deja de impresionarme que no veamos la enorme transgresión que es montarnos en la muerte de alguien para tirar una tormenta de mierda digital. Perdimos mucho en el momento en que permitimos que ni la muerte pudiera conservar su carácter de íntima y privada, me parece una enorme pérdida para eso que tanto defendemos y por lo que parece que nos desgarramos las vestiduras: ser civilizados.

Cuidado. No estoy diciendo que celebro la conducta clasista, la violación o el crimen terrible que hayan cometido los merecedores de nuestra descalificación en masa, pero caminemos por la orilla, atrevámonos a pensar desde un lugar que no pone a prueba nuestra moralidad sino nuestra capacidad humana, nuestra inteligencia compleja. El falso dilema que, cuando planteo en espacios públicos que no hay bueno ni malo sino humano, recurrentemente llega con la respuesta: «un violador es malo», «un asesino es malo»; es insostenible, porque desde luego lo que hicieron está mal pero también son humanos.

Tendríamos que admitirlo: no sólo no sabemos qué hacer con nuestras propias miserias y maldades, sino que no sabemos qué hacer con la fascinación que nos provocan. En un mundo que privilegia el entretenimiento por sobre todas las cosas, las categorías de entretenimiento que mayoritariamente consumimos dicen mucho de aquella pulsión oscura que al principio habló Berthalicia: true crime, thriller, serial killer, suspense… será que esos temas nos fascinan porque quizá nosotros también querríamos ejecutarlos.

Pero me fui del tema, o quizá no, volviendo a Maradona: ¿estoy obligada a polarizar mi postura?, ¿si reconozco que tuvo un enorme talento entonces estoy justificando que fuera violento y posiblemente pederasta? Pues no. En la misma persona caben todos esos matices, escandolosos, si quieren, pero al final son matices. ¿Que por reconocer lo uno cancelo lo otro?, tampoco. Pensar eso es tener muy confundidos los criterios, o una gran necesidad de dictar la moralidad del mundo. A menudo pienso en esa frase del Drácula de Bram Stoker que dice “la fuerza del vampiro radica en que todos nieguen su existencia”, y creo precisamente que nos equivocamos en redondo en la estrategia de negar que nuestra humanidad también está representada por aquello que nos resulta indigerible.

Pienso ahora mismo en una línea del poeta Leopoldo María Panero: “Como contestó el vampiro, cuando al acabar el baile, que se quitaran la máscara: yo no llevo máscara”

Ahí hay un diálogo profundo. A propósito de Vampiros que son una de las categorías más consumidas en nuestra sed infinita de entretenimiento.

Preferimos al vampiro escondido, al que sólo la noche le es permitida para dar rienda suelta a sus pulsiones, el que se alimenta de la sangre de otros cuando nadie lo ve. Pues aún ese vampiro tiene forma humana. No hay una sola invención de nuestro imaginario del terror que no la tenga, será por algo.

A través del espejo de Alma Delia y lo que Berthalicia encontró ahí: mirar hacia adentro es un ejercicio que requiere disciplina, arrojo, coraje y hasta algo de desfachatez. Es, sin duda alguna, más holgado ejercer públicamente desde la postura narcisista, desde la contemplación de la pelusa en el propio ombligo y nada más. Es mucho más sencillo proyectar lo incómodo sobre el Otro, que el afuera cargue con nuestras culpas y vergüenzas, que Eco nos reafirme, dócil, complaciente y permisiva, lo maravilloso que es nuestro reflejo, lo prístino y puro de nuestro ser. Pero detrás de la máscara se esconde el fantasma y quien se sienta tras las interfaces de usuario del panóptico digital a aventar tomatazos a los deudos deja claro que no ha domeñado los espectros que acongojan a su aprisionado ser en necesidad de descarga.

En este mundo donde los más nobles y milenarios ideales rectores de nuestras sociedades —como el amor, la inclusión, la tolerancia, la equidad, la libertad, el horizontalismo y la ayuda mutua— son transformados sistemáticamente, y con fines de lucro, en trastocadas y esqueléticas consignas ideológicas, millones de sujetos virtuales blanden la bandera de alguna ideología como arma letal. De trino en trino suenan los tambores de guerra, tribu identitaria contra tribu identitaria bufando, escupiendo, intimidándose en grotescas y primitivas batallas campales inflexión pixel. Aquello que nos debería elevar, las aspiraciones humanistas y libertarias, lo hemos tornado en cuernos de chivo discursivos, ráfagas de significantes —casi siempre desprovistos de significado, pero cargados de la intención de herir— para derrocar no al sistema que nos oprime, sino a una formación sustitiva.

El uso de chivos expiatorios para calmar a masas sedientas de justicia en sociedades polarizadas y decadentes no es algo nuevo. Pienso en la fábula de Monterroso y su énfasis en el eterno retorno de la persecución a quienes destacan por ser diferentes: «Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura». Y así, me atrevo a sugerirle a mis congéneres que cuidemos las formas y nuestro obrar, porque hay, además, otra constante, otro eterno retorno: los linchamientos son más frecuentes y cargan más profundas y duraderas consecuencias para nosotras. La letra escarlata pesa más cuando se coloca sobre una mujer.

¿Qué bien colectivo se logra con amedrentar a un deudo y perturbar a sus familiares en nombre de la justicia social? Ninguno. Las fallas hacia el sexo femenino de Maradona y otros recientes muertos notables son innegables, inexcusables, y sí, síntoma de un malestar social profundo; uno que nunca se ha resuelto a través de medievales dinámicas de jitomatazos e injuras en la plaza pública.

El deber del poeta, nos dice mi bienamado Artaud, es salir afuera, a sacudir la consciencia pública, a remover las mociones inconscientes y pesquisar del inconsciente la crueldad, la brutalidad, la pulsión de muerte para así poder domeñarlas. Y poetas somos todos, pues la poeisis, la creación, es tan humana como el thánatos, la destrucción. Así que sacudamos, sacudamos, sacudamos nuestra inconsciencia para esclarecer estas dinámicas y pensemos antes de descargar irreflexivamente nuestros afectos desplazados, echémonos un clavado hacia el interior y pensemos antes de pinchar el botón de publicar. Rechacemos la dulce dopamina autocomplaciente de las ninfas fav y RT, trascendamos el impulso proyectivo, abracemos la complejidad, respetemos el luto y duelo de los familiares de los recién fallecidos y a los deudos mismos: construyamos comunidad.

Y la comunidad más equilibrada es la que, de verdad, respeta la individualidad. Y a la individualidad sólo se llega si estamos dispuestos a pasar por ese horrible malestar que es el pensamiento propio. Pensar, lo que se dice pensar, es un salto al vacío, un abismo, una incomodidad que, sobre todo, se compone de dudas y preguntas; muy poco de certezas.

Así que aunque la mayoría griten gol o amén o feliz navidad o #LadyLoQuesea y #LordCualquierCosa, ganaríamos mucho con detenernos a dudar por qué y para qué se grita eso y si encontramos que nuestro por qué y para qué interior coinciden con el del coro que nos exige sumarnos. Quizá descubramos que aquello que, sin pensar, señalamos de inhumano es un mero espejismo porque pensar es humano y repetir un discurso es autómata.

No quiero dejar de señalar un último componente: el azar. Quiero señalarlo porque pareciera que quienes se erigen en “buenas personas” están convencidos de que si ellos o ellas pudieron elegir la buena conducta antes que la nociva, todos los demás podemos. Y nada más falso. Nacer donde nacimos, recibir un vínculo emocional específico, tener unas oportunidades o las otras, haber crecido con una dosis de dignidad social o sin ella; son factores que también propician que un ser humano camine por la orilla de su lado más oscuro. Pensar que todos tendrían que poder ser buenos porque yo pude, vuelve a colocarnos en la cárcel de un único punto de vista.

Y a la compasión, a la resonancia, a la comprensión de lo humano se llega, sobre todo, siendo capaces de mirar los mundos que nos son ajenos. Porque citando a Terencio: Soy humano, y nada humano me es ajeno.

Somos esta contradicción insondable, tendríamos que empezar por aceptarlo para quizá, algún día, llegar a comprenderlo. Porque sólo comprendiéndolo y no negándolo, podremos construir una comunidad mejor, esa que tanto decimos que anhelamos.

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

13 Comments

  1. Juan Pablo Estrada

    La honestidad de lo verdaderamente humano pasa por esta hermosa, fuerte y sincera reflexión, colmada de coherencia y congruencia. Gracias a las autoras.

  2. José Pablo hernandez

    Lo leí varias veces, este texto no me pareció que fuera como los otros, no le entendía nada y algo que nunca cometes decir” salí para afuera”, ahora si me sorprendiste con este texto, no me gustó, saludos

  3. El texto, el comentario, la declaración al vuelo, la noche de juerga, el video. Todo se ha vuelto testimonio de lo frágil de nuestra reputación y privacidad.

    Aplaudo la reflexión. La extrapolación elegante y con sentido.

    Como auto-exiliado de las redes sociales, gozo este texto igual que cuando me bebo un agua de frutos cítricos cultivados en mi jardín en lugar de una gaseosa.

    Somos lapidarios quizá por naturaleza. Y sí: Las redes sociales nos acercan unas enormes piedras a las manos.

    No somos eso que los demás saben o han visto de nosotros. Pobres de nosotros si nos guiamos por sus opiniones, filias y fobias. No pulsaría una sola nota más en mi guitarra.

    Maradona de hace unos meses no es el mismo que hizo aquellos recordables goles.

    Y me atrevo a imaginar a Borges (tan ajeno al futbol), confirmando lo que dices, lo que ustedes dicen, rechazando el velatorio de buitres digitales:
    «… le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)»
    Funes, el memorioso
    – BORGES –

  4. Martha Sánchez García

    Perdón no me gustó mucho .

  5. Alma querida,

    Sí, creo que cuando vencemos el miedo a ver la oscuridad y el monstruo que nos habita, en esa lucha contra el ser más poderoso al que nos enfrentaremos: nosotros mismos, podemos ver el mundo como realmente es, y dejamos de desviar la atención hacía el otro (la realidad es que hacemos lo imposible porque no descubran lo que hay en nosotros), porque nos damos mucho miedo… pero, al final, en esa terrible oscuridad estamos los niños rotos, heridos y abandonados que fuimos. El día que lo descubres, puede ser el más doloroso pero el más liberador de todos.

    Con esa libertad puedo decir que acepto y abrazo al loco, al ángel y al demonio que me habitan, somos libres sin miedo, nos aceptamos y vieras que no eran tan atemorizantes, ahora platicamos y entiendo el sentido de su existencia en mí. Ahora soy una buena casera para ellos.

    Abrazos a todos,
    Lore

  6. El presente no es mas que un calca del pasado..por cierto mas brusca mas fantasiosa pues se gesta detras de un pantalla ,
    Duele ver todas las formas indecorosas que se forjan en la mezquinidad personal que muchas veces es solo en busca de reconcimiento personal ya que ahora el exito se mide de acuerdo que tan popular eres con gente que no siquiera te conoce..Quiciera pensar que esas personas que siguen perfiles toxicos y los apoyan ,sin en verdad conocieran las intenciones reales ..dejarian de apoyar a esos perfile…o no??

  7. Ser consecuentes… ahí es nada. Bastaría con ser más comprensivos con las debilidades ajenas.
    Un abrazo grande. Y a no desanimarse.

  8. La muerte de Maradona me provocó una enorme tristeza :
    Que los medios, TODOS, con ese pretexto, ignoraran casi por completo la simultánea partida de un héroe nacional :
    EL DOCTOR JOSE MANUEL MIRELES.

    Si se trata de las declaraciones misóginas de un ser madreado y destruido por tanta vejación, tortura y abandono social, no procede. No puede serlo un HOMBRE que lo da todo por liberar a su pueblo de violaciones a sus mujeres y niñas, además del sometimiento y control de los carteles.

    No sé de nadie tan valiente y valeroso desde aquellos héroes revolucionarios.
    Y no me van a venir a contar que Villa y la madre Teresa de Calcuta eran uno mismo.

    Me ofende y entristece que no se levanten monumentos y calles
    o bueno, algún textillo de fin de semana
    a tan honorable HEROE.

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