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Clases de discurso con Greta Thunberg, un texto de Jaina Pereyra

Imagen tomada de Pixabay

El discurso es un formato curioso. No es un ensayo. No es un guión de teatro. No es un cuento. Ni es un comercial. Pero, de cierta manera es todo eso al mismo tiempo.  

Hay un debate abierto sobre si debe dejarte pensando o con el corazón exaltado. Personalmente creo que las dos cosas, porque el discurso no existe sin argumento, pero no trasciende sin emoción —positiva o negativa, valga decir—.

Como discursera creo que lo más difícil al redactar un discurso es que el o la oradora no tenga sentimiento alguno respecto al tema que va a plantear. Rascar para saber qué quieren decir, sólo para encontrar que no están emocionalmente vinculados al argumento, es como buscar los resultados de la lotería y ver que no ganaste ni un reintegro. Y no hay mayor frustración porque desde un discurso ayuno de emoción, no se puede trabajar. No hay pasión al escribirlo, ni hay reacción al escucharlo y, por lo tanto, no cumple su función política fundamental.

El discurso sólo puede y debe evaluarse desde su objetivo: iniciar una negociación, convocar una emoción, incitar una acción.

Y esta semana, el varias veces compartido video de Greta Thunberg en la ONU (https://www.youtube.com/watch?v=bW3IQ-ke43w) es una pieza perfecta para análisis.

Demuestra lo mucho que se juzga a la o el orador cuando se escucha un discurso. El discurso nunca puede ser si no es de y desde quien lo emite. Y a esta joven se le evaluó con las reglas más estrictas que yo haya visto, tal vez porque rompió muchos paradigmas.

Las oradoras, lo sabemos desde siempre, se evalúan de manera distinta que los oradores. Una mujer no puede presentarse a un debate con el pelo alborotado y la ropa desaliñada, porque lo que se interpreta como cercanía y pasión en un hombre, la vuelven a ella una fodonga o una loca. Greta logra que la primera evaluación no sea sobre su físico; sobre si es hermosa o no (sí, a las niñas también les hacen eso). Su pasión es el centro de la discusión. No se habla realmente de su locura, sino sobre si fue auténtica y pertinente. Parece menor, pero es un logro enorme.

El discurso de Greta, más que a ella, revela a las audiencias. Nadie pone atención a la causa de su exaltación. No sólo la condición de Asperger con la que vive pudiera explicar parte de lo excepcional de su gesticulación. Es, además, la reacción a su primera respuesta. ¿Cuál sería tu mensaje?, le preguntan. “Mi mensaje sería que los estamos observando”, responde clara, serena y concisa. Y en el video, de pronto, se escuchan las risas de la audiencia. No la están tomando en serio y Greta se da cuenta. La joven entra en rictus. La frustración se acumula y, de pronto, la contención que la define, paradójicamente la impulsa a escalar la emoción. Pero nadie valida ese enojo. Para ellos Greta es una curiosidad y la empatía una excentricidad.  

Las reacciones al discurso nos demuestran además el poder del enojo. Varios twitteros quisieron explicarnos con hilos argumentativos (es un decir) por qué la activista es una vendida, por qué quiere acabar con el capitalismo. No se dan cuenta de que el mensaje de Greta es tan general, que si no fuera por sus hilos, nadie sabría que hay inclinaciones anticapitalistas (¿las hay?). No se dan cuenta de que las calles de Nueva York se llenan con una noción de lo que Greta pide: consciencia, acción y políticas públicas frente a la emergencia del cambio climático. Nada más, ni nada menos.

Quienes critican su enojo tal vez ni siquiera saben que días antes, la activista dio un discurso frente al Congreso de Estados Unidos (https://www.youtube.com/watch?v=ojnyKn8_hLc).

Un discurso clásico, estructurado, con datos, pausado. Un buen discurso del que nadie se enteró. Así que sí, el enojo es un superpoder, sobre todo en las mujeres, a quienes se nos enseña a esconderlo.

Y, claro, esa virulencia, argumentan, sólo puede ser producto de la manipulación, de la mentira. Es una falsa, la acusan, sin darse cuenta de que el poder emocional viene de que Greta es intolerante a la incongruencia y, de hecho, ha dejado de viajar en avión por principio. Por eso, desde la tranquilidad de conciencia puede preguntar una y otra vez a los líderes del mundo: ¿cómo se atreven?

Asombrosamente, su discurso es tomado con la literalidad que no se le ha exigido nunca ni a los instructivos de armado de muebles. Proliferan los memes sobre cómo la infancia de Greta no fue robada, porque pudo ser peor. Y aunque ella insiste una y otra vez en que es una privilegiada, le cuestionan que se victimice. Oh, la victimización, el pecado femenino por excelencia. Aunque ella haga lo contrario.

La primera vez que vi su intervención, algo me incomodaba. El discurso en sí no es espectacular, pero todos sus elementos lo son. Y eso se demuestra en las reacciones insistentes y virulentas que ha suscitado. Conforme pasan los días, voy reconociendo las diferentes dimensiones del poder de comunicación de alguien que, en los parámetros tradicionales (y arcaicos) de la comunicación política, jamás hubiera sido elegida como vocera.

Finalmente creo que quienes han seguido cuestionando por días si Greta es un símbolo al servicio de los intereses más oscuros, debieran leer la prensa con más regularidad. Suponiendo sin conceder que tuvieran razón, me atrevo a afirmar que existen intereses mucho más oscuros que la ambición de contener el calentamiento global. Pero, si aun leyendo la prensa piensan que una activista de 16 años es la principal amenaza del mundo, debieran tratar de contraponer un símbolo igual de poderoso. Tal vez entonces se darían cuenta de que la humanidad necesita sentirse trascendente, convocada en un momento histórico determinante y que por eso Greta funciona tan bien. Porque ella, si eso les gusta pensar, puede estar comprada, pero los cientos de miles que marcharon con ella no. Y eso es una buena noticia para el mundo.  

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Alma Delia Murillo

Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Plaza y Valdés). Colabora en El Reforma, The Washington Post, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ y otros medios. Desarrolla guiones para cine y teleseries. Autora de las audioseries y podcasts en Amazon Audible: Diario la libro, Ciudad de abajo, Conversaciones, El amor es un bono navideño.

4 Comments

  1. Magdalena Robles

    Excelente análisis y reflexión

  2. Rubén Lezama

    Gracias por tu análisis, es tan rico leerte… Gracias

  3. Gra-cias. Deveras

  4. Cristina González

    Bien. Creo que requerimos mucha formación sobre el análisis de los discursos políticos, y me gusta que este análisis considere toda la situación. Sí es preocupante el protagonismo y la posible manipulación de esta joven, por su propia salud, pero es una vocera idónea.

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